LA VIDA ES SUEÑO

PERSONAS

BASILIO, rey de Polonia.

SEGISMUNDO, príncipe.

ASTOLFO, duque de Moscovia.

CLOTALDO, viejo.

CLARÍN, gracioso.

ESTRELLA, infanta.

ROSAURA, dama.

Soldados, Guardia, Músicos, Criados, Damas, Acompañamiento.

 

La escena es en la corte de Polonia, en una fortaleza poco distante y en el campo.

 

JORNADA PRIMERA

 

[A un lado, monte fragoso, y al otro, una torre, cuya planta baja sirve de prisión a Segismundo. La puerta que da frente al espectador está abierta. La acción principal, al anochecer.]

 

ESCENA I

 

(Rosaura, vestida de hombre, aparece en lo alto de las peñas, y baja a lo llano; tras ella viene Clarín.)

 

ROSAURA: Hipogrifo violento,

que corriste parejas con el viento,

¿dónde rayo sin llama,

pájaro sin matiz, pez sin escama

y bruto sin instinto

natural, al confuso laberinto

destas desnudas peñas

te desbocas, te arrastras y despeñas?

Quédate en este monte,

donde tengan los brutos su Faetonte,

que yo, sin más camino

que el que me dan las leyes del destino,

ciega y desesperada,

bajaré la aspereza enmarañada

deste monte eminente,

que arruga al sol el ceño de su frente.

Mal, Polonia, recibes

a un extranjero, pues con sangre escribes

su entrada en tus arenas,

y apenas llega, cuando llega a penas.

Bien mi suerte lo dice;

¿mas dónde halló piedad un infelice?

 

CLARÍN: Di dos, y no me dejes

en la posada a mí cuando te quejes;

que si dos hemos sido

los que de nuestra patria hemos salido

a probar aventuras,

dos los que entre desdichas y locuras

aquí habemos llegado,

y dos los que del monte hemos rodado,

¿no es razón que yo sienta

meterme en el pesar y no en la cuenta?

 

ROSAURA: No te quiero dar parte

en mis quejas, Clarín, por no quitarte,

llorando tu desvelo,

el derecho que tienes tú al consuelo.

Que tanto gusto había

en quejarse, un filósofo decía,

que, a trueco de quejarse,

habían las desdichas de buscarse.

 

CLARÍN: El filósofo era

un borracho barbón. ¡Oh, quién le diera

más de mil bofetadas!

Quejárase después de muy bien dadas.

Mas ¿qué haremos, señora,

a pie, solos, perdidos a esta hora

en un desierto monte,

cuando se parte el sol a otro horizonte?

 

ROSAURA: ¿Qué puedo responderte,

Clarín, si, compañera de tu suerte,

es fuerza que lo sea

de tus dudas también?

 

CLARÍN: ¿Habrá quien crea

sucesos tan extraños?

 

ROSAURA: Si allí la vista no padece engaños

que hace la fantasía,

a la medrosa luz que aún tiene el día,

me parece que veo

un edificio.

 

CLARÍN: O miente mi deseo,

o termino las señas.

 

ROSAURA: Rústica yace entre elevadas peñas

una torre tan breve,

que, lince el sol, a verla no se atreve;

con tan rudo artificio

la arquitectura está de su edificio,

que parece, a las plantas

de tantas rocas y de peñas tantas

que al sol tocan la lumbre,

peñasco que ha rodado de la cumbre.

 

CLARÍN: Vámonos acercando;

que este es mucho mirar, señora, cuando

es mejor que la gente

que habita en ella, generosamente

nos admita.

 

ROSAURA: La puerta

(mejor diré funesta boca) abierta

está; y como se esconde

el sol, y a sus espacios no hay por donde

la luz se comunique,

es fuerza que el temor se multiplique;

que deste rudo centro

nace la noche, pues se engendra dentro.

 

(Suena ruido de cadenas.)

 

CLARÍN: ¡Qué es lo que escucho, Cielo!

 

ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y yelo.

 

CLARÍN: Cadenita hay que suena.

Mátenme, si no es galeote en pena;

bien mi temor lo dice.

 

ESCENA II

 

(Dentro Segismundo.)

 

SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

 

ROSAURA: ¡Qué triste voz escucho!

Con nuevas penas y tormentos lucho.

 

CLARÍN: ¡Temerosos clamores!

 

ROSAURA: ¡Clarín, huyamos penas y rigores!

 

CLARÍN: En tal estado vengo,

que ya ni para huir ánimo tengo.

 

ROSAURA: Y cuando le tuvieras,

la puerta no acertaras, ni supieras,

como suele decirse en frasis ruda

que está uno entre dos luces cuando duda.

 

CLARÍN: Es al revés en mí…

 

ROSAURA: ¿De qué te asombras?

 

CLARÍN: Porque yo estoy dudando entre dos sombras.

 

ROSAURA: ¿No es breve luz aquella

caduca exhalación, pálida estrella,

que en trémulos desmayos,

pulsando ardores y latiendo rayos,

hace más tenebrosa

la oscura habitación con luz dudosa?

Sí, pues a sus reflejos

puedo determinar (aunque de lejos)

una prisión oscura,

que es de un vivo cadáver sepultura;

y porque más me asombre,

en el traje de fiera yace un hombre

de prisiones cargado,

y solo de una luz acompañado.

Pues huir no podemos,

desde aquí sus desdichas escuchemos;

sepamos lo que dice.

 

(Ábrense las hojas de la puerta y descúbrese Segismundo con una cadena y vestido de pieles. Hay luz en la torre.)

 

SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

Apurar, cielos, pretendo,

ya que me tratáis así,

qué delito cometí

contra vosotros naciendo;

aunque si nací, ya entiendo

qué delito he cometido:

bastante causa ha tenido

vuestra justicia y rigor,

pues el delito mayor

del hombre es haber nacido.

Solo quisiera saber,

para apurar mis desvelos

(dejando a una parte, cielos,

el delito de nacer),

¿qué más os pude ofender,

para castigarme más?

¿No nacieron los demás?

Pues si los demás nacieron,

¿qué privilegios tuvieron

que yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas

que le dan belleza suma,

apenas es flor de pluma,

o ramillete con alas,

cuando las etéreas salas

corta con velocidad,

negándose a la piedad

del nido que deja en calma:

¿y teniendo yo más alma,

tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel

que dibujan manchas bellas,

apenas signo es de estrellas

(gracias al docto pincel),

cuando, atrevido y cruel,

la humana necesidad

le enseña a tener crueldad,

monstruo de su laberinto:

¿y yo, con mejor distinto,

tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,

aborto de ovas y lamas

y apenas bajel de escamas

sobre las ondas se mira,

cuando a todas partes gira,

midiendo la inmensidad

de tanta capacidad

como le da el centro frío:

¿y yo, con más albedrío,

tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra

que entre flores se desata,

y apenas, sierpe de plata,

entre las flores se quiebra,

cuando músico celebra

de las flores la piedad

que le da la majestad,

el campo abierto a su huida:

¿y teniendo yo más vida,

tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,

un volcán, un Etna hecho,

quisiera arrancar del pecho

pedazos del corazón;

¿qué ley, justicia o razón

negar a los hombres sabe

privilegio tan süave,

excepción tan principal,

que Dios le ha dado a un cristal,

a un pez, a un bruto y a un ave?

 

ROSAURA: Temor y piedad en mí

sus razones han causado.

 

SEGISMUNDO: ¿Quién mis voces ha escuchado?

¿Es Clotaldo?

 

CLARÍN: (Aparte, a su amo.) Di que sí.

 

ROSAURA: No es sino un triste (¡ay de mí!),

que en estas bóvedas frías

oyó tus melancolías.

 

SEGISMUNDO: Pues muerte aquí te daré

porque no sepas que sé,

que sabes flaquezas mías.

Solo porque me has oído,

entre mis membrudos brazos

te tengo de hacer pedazos.

 

CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podido

escucharte.

 

ROSAURA: Si has nacido

humano, baste el postrarme

a tus pies para librarme.

 

SEGISMUNDO: Tu voz pudo enternecerme,

tu presencia suspenderme

y tu respeto turbarme.

¿Quién eres? Que aunque yo aquí

tan poco del mundo sé,

que cuna y sepulcro fue

esta torre para mí;

y aunque desde que nací

(si esto es nacer) solo advierto

este rústico desierto,

donde miserable vivo,

siendo un esqueleto vivo,

siendo un animado muerto;

y aunque nunca vi ni hablé

sino a un hombre solamente

que aquí mis desdichas siente,

por quien las noticias sé

de cielo y tierra; y aunque

aquí, porque más te asombres

y monstruo humano me nombres,

entre asombros y quimeras,

soy un hombre de las fieras,

y una fiera de los hombres;

y aunque en desdichas tan graves

la política he estudiado,

de los brutos enseñado,

advertido de las aves,

y de los astros süaves

los círculos he medido,

tú solo, tú, has suspendido

la pasión a mis enojos,

la suspensión a mis ojos,

la admiración de mi oído.

Con cada vez que te veo

nueva admiración me das,

y cuando te miro más,

aún más mirarte deseo.

Ojos hidrópicos creo

que mis ojos deben ser;

pues cuando es muerte el beber,

beben más, y desta suerte,

viendo que el ver me da muerte,

estoy muriendo por ver.

Pero véate yo y muera;

que no sé, rendido ya,

si el verte muerte me da,

el no verte qué me diera.

Fuera, más que muerte fiera,

Ira y rabia y dolor fuerte;

fuera muerte; desta suerte,

su rigor he ponderado,

pues dar vida a un desdichado

es dar a un dichoso muerte.

 

ROSAURA: Con asombro de mirarte,

con admiración de oírte,

ni sé qué pueda decirte,

ni qué pueda preguntarte;

solo diré que a esta parte

hoy el Cielo me ha guiado

para haberme consolado,

si consuelo puede ser

del que es desdichado, ver

otro que es más desdichado.

Cuentan de un sabio, que un día

tan pobre y mísero estaba,

que solo se sustentaba

de unas yerbas que comía.

¿Habrá otro (entre sí decía)

Más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió.

halló la respuesta, viendo

que otro sabio iba cogiendo

las hojas que él arrojó.

Quejoso de la fortuna

yo en este mundo vivía,

y cuando entre mí decía:

¿Habrá otra persona alguna

de suerte más importuna?,

piadoso me has respondido;

pues volviendo en mi sentido,

hallo que las penas mías,

para hacerlas tú alegrías,

las hubieras recogido.

Y por si acaso mis penas

Pueden en algo aliviarte,

óyelas atento, y toma

las que dellas me sobraren.

Yo soy...

 

ESCENA III

 

CLOTALDO: (Dentro.) Guardas desta torre,

que, dormidas o cobardes,

disteis paso a dos personas

que han quebrantado la cárcel...

 

ROSAURA: Nueva confusión padezco.

 

SEGISMUNDO: Este es Clotaldo, mi alcaide.

¿Aún no acaban mis desdichas?

 

CLOTALDO: (Dentro.) Acudid, y vigilantes,

sin que puedan defenderse,

o prendedles o matadles.

 

VOCES: (Dentro.) ¡Traición!

 

CLARÍN: Guardas desta torre,

que entrar aquí nos dejasteis,

pues que nos dais a escoger,

el prendernos es más fácil.

 

(Salen Clotaldo y los Soldados, él con una pistola y todos con los rostros cubiertos.)

 

CLOTALDO: (Aparte, a los Soldados, al salir.)

Todos, os cubrid los rostros;

que es diligencia importante

mientras estamos aquí

que no nos conozca nadie.

 

CLARÍN: ¿Enmascaraditos hay?

 

CLOTALDO: ¡Oh vosotros, que, ignorantes

de aqueste vedado sitio,

coto y término pasasteis

contra el decreto del rey,

que manda que no ose nadie

examinar el prodigio

que entre esos peñascos yace!

Rendid las armas y vidas,

o aquesta pistola, áspid

de metal, escupirá

el veneno penetrante

de dos balas, cuyo fuego

será escándalo del aire.

 

SEGISMUNDO: Primero, tirano dueño,

que los ofendas y agravies,

será mi vida despojo

destos lazos miserables;

pues en ellos, vive Dios,

tengo que despedazarme

con las manos, con los dientes,

entre aquestas peñas, antes

que su desdicha consienta

y que llore sus ultrajes.

 

CLOTALDO: Si sabes que tus desdichas,

Segismundo, son tan grandes,

que antes de nacer moriste

por ley del Cielo; si sabes

que aquestas prisiones son

de tus furias arrogantes

un freno que las detenga

y una rienda que las pare,

¿por qué blasonas?

(A los Soldados) La puerta

cerrad de esa estrecha cárcel;

escondedle en ella.

 

SEGISMUNDO: ¡Ah Cielos,

qué bien hacéis en quitarme

la libertad! Porque fuera

contra vosotros gigante

que, para quebrar al sol

esos vidrios y cristales,

sobre cimientos de piedra

pusiera montes de jaspe.

 

CLOTALDO: Quizá porque no los pongas,

hoy padeces tantos males…

 

(Llévanse algunos Soldados a Segismundo, y enciérranle en su prisión.)

 

ESCENA IV

 

ROSAURA: Ya que vi que la soberbia

te ofendió tanto, ignorante

fuera en no pedirte humilde

vida que a tus plantas yace.

Muévate en mí la piedad;

que será rigor notable

que no hallen favor en ti

ni soberbias ni humildades.

 

CLARÍN: Y si humildad ni soberbia

no te obligan, personajes

que han movido y removido

mil autos sacramentales,

yo, ni humilde ni soberbio,

sino entre las dos mitades

entreverado, te pido

que nos remedies y ampares.

 

CLOTALDO: ¡Hola!

 

SOLDADOS: Señor...

 

CLOTALDO: A los dos

quitad las armas, y atadles

los ojos, porque no vean

cómo ni de dónde salen.

 

ROSAURA: Mi espada es esta, que a ti

solamente ha de entregarse,

porque, al fin, de todos eres

el principal, y no sabe

rendirse a menos valor.

 

CLARÍN: La mía es tal, que puede darse

al más ruin; tomadla vos. (A un Soldado)

 

ROSAURA: Y si he de morir, dejarte

quiero, en fe de esta piedad,

prenda que pudo estimarse

por el dueño que algún día

se la ciñó.

 

CLOTALDO: (Aparte) Cada instante

van creciendo mis desdichas.

 

ROSAURA: Por esta causa, que guardes

esta espada te suplico;

porque si el hado inconstante

admite la apelación

desta sentencia, ha de darme

ella el honor, que aunque yo

no sé qué secreto alcance,

sé que alcanza algún secreto.

Bien puede ser que me engañe

y la estime por ser solo

patrimonio de mi padre.

 

CLOTALDO: ¿Quién fue tu padre?

 

ROSAURA: Jamás le conocí.

 

CLOTALDO: ¿Y a qué vienes?

 

ROSAURA: Vengo a Polonia a vengarme

de un agravio.

 

CLOTALDO: (Aparte.) ¡Santos cielos!

(En tomando Clotaldo la espada, túrbase)

¡Qué es esto! Ya son más graves

mis penas y confusiones,

mis ansias y mis pesares.

¿Quién te la dio?

 

ROSAURA: Una mujer.

 

CLOTALDO: ¿Cómo se llama?

 

ROSAURA: Que calle

su nombre es fuerza.

 

CLOTALDO: ¿De qué

infieres ahora o sabes

que hay secreto en esta espada?

 

ROSAURA: Quien me la dio, dijo: «Parte

a Polonia, y solicita

con ingenio, estudio y arte,

que te vean esa espada

los nobles y principales,

que yo sé que alguno dellos

te favorezca y ampare»;

que por si acaso era muerto

no quiso entonces nombrarle.

 

CLOTALDO: (Aparte.) ¡Válgame el Cielo, qué escucho!

Aun no sé determinarme

si tales sucesos son

ilusiones o verdades.

Esta es la espada que yo

dejé a la hermosa Violante,

por señas que el que ceñida

la trajera, había de hallarme

amoroso como hijo,

y piadoso como padre.

Pues ¿qué he de hacer, ¡ay de mí!,

en confusión semejante,

si quien la trae por favor,

para su muerte la trae,

pues que sentenciado a muerte

llega a mis pies? ¡Qué notable

confusión! ¡Qué triste hado!

¡Qué suerte tan inconstante!

Este es mi hijo, y las señas

dicen bien con las señales

del corazón, que por verlo

llama al pecho, y en él bate

las alas, y no pudiendo

romper los candados, hace

lo que aquel que está encerrado

y, oyendo ruido en la calle,

se asoma por la ventana:

él así, como no sabe

lo que pasa y oye el ruido,

va a los ojos a asomarse,

que son ventanas del pecho

por donde en lágrimas sale.

¿Qué he de hacer? ¡Valedme, Cielos!

¿Qué he de hacer? Porque llevarle

al rey es llevarle (¡ay triste!)

a morir. Pues ocultarle

al rey no puedo, conforme

a la ley del homenaje.

De una parte el amor propio

y la lealtad de otra parte,

me rinden. Pero ¿qué dudo?

La lealtad del rey ¿no es antes

que la vida y que el honor?

Pues ella viva y él falte.

Fuera de que si ahora atiendo

a que dijo que a vengarse

viene de un agravio, hombre

que está agraviado, es infame.

No es mi hijo, no es mi hijo,

ni tiene mi noble sangre.

Pero si ya ha sucedido

un peligro, de quien nadie

se libró, porque el honor

es de material tan frágil

que con una acción se quiebra

o se mancha con un aire,

¿qué más puede hacer, qué más,

el que es noble, de su parte,

que a costa de tantos riesgos

haber venido a buscarme?

Mi hijo es, mi sangre tiene,

pues tiene valor tan grande;

y así, entre una y otra duda,

el medio más importante

es irme al rey, y decirle

que es mi hijo, y que le mate.

Quizá la misma piedad

de mi honor podrá obligarle;

y si le merezco vivo,

yo le ayudaré a vengarse

de su agravio; mas si el rey,

en sus rigores constante,

le da muerte, morirá

sin saber que soy su padre.

(A Rosaura y Clarín)

Venid conmigo, extranjeros:

no temáis, no, de que os falte

compañía en las desdichas,

pues en duda semejante

de vivir o de morir,

no sé cuáles son más grandes.

 

(Vanse.)

 

ESCENA V

 

(Salen Astolfo y Soldados, por un lado, y por el otro la Infanta Estrella y Damas. Música militar dentro, y salvas.)

 

ASTOLFO: Bien al ver los excelentes

rayos que fueron cometas,

mezclan salvas diferentes

las cajas y las trompetas,

los pájaros y las fuentes.

Siendo con música igual

y con maravilla suma,

a tu vista celestial,

unos, clarines de plumas,

y otras, aves de metal,

y así os saludan, señora,

como a su reina las balas,

los pájaros como a Aurora,

las trompetas como a Palas

y las flores como a Flora;

porque sois, burlando el día

que ya la noche destierra,

Aurora en la alegría,

Flora en paz, Palas en guerra

y reina en el alma mía.

 

ESTRELLA: Si la voz se ha de medir

con las acciones humanas,

mal habéis hecho en decir

finezas tan cortesanas,

donde os pueda desmentir

todo ese marcial trofeo

con quien ya atrevida lucho;

pues no dicen, según creo,

las lisonjas que os escucho

con los rigores que veo.

Y advertid que es baja acción,

que solo a una fiera toca,

madre de engaño y traición,

el halagar con la boca

y matar con la intención.

 

ASTOLFO: Muy mal informada estáis,

Estrella, pues que la fe

de mis finezas dudáis

y os suplico que me oigáis

la causa, a ver si la sé.

Falleció Eustorgio tercero,

rey de Polonia; quedó

Basilio por heredero,

y dos hijas, de quien yo

y vos nacimos. No quiero

cansar con lo que no tiene

lugar aquí. Clorilene,

vuestra madre y mi señora,

que en mejor imperio ahora

dosel de luceros tiene,

fue la mayor, de quien vos

sois hija; fue la segunda,

madre y tía de los dos,

la gallarda Recisunda,

que guarde mil años Dios;

casó en Moscovia, de quien

nací yo. Volver ahora

al otro principio es bien.

Basilio, que ya, señora,

se rinde al común desdén

del tiempo, más inclinado

a los estudios que dado

a mujeres, enviudó

sin hijos, y vos y yo

aspiramos a este Estado.

Vos alegáis que habéis sido

hija de hermana mayor;

yo, que varón he nacido,

y aunque de hermana menor,

os debo ser preferido.

Vuestra intención y la mía

a nuestro tío contamos;

él respondió que quería

componernos, y aplazamos

este puesto y este día.

Con esta intención salí

de Moscovia y de su tierra;

con esta llegué hasta aquí,

en vez de haceros yo guerra,

a que me la hagáis a mí.

¡Oh!, quiera Amor, sabio Dios,

que el vulgo, astrólogo cierto,

hoy lo sea con los dos,

y que pare este concierto

en que seáis reina vos,

pero reina en mi albedrío,

dándoos, para más honor,

su corona nuestro tío,

sus triunfos vuestro valor,

y su imperio el amor mío.

 

ESTRELLA: A tan cortés bizarría

menos mi pecho no muestra,

pues la imperial monarquía,

para solo hacerla vuestra,

me holgara que fuera mía;

aunque no está satisfecho

mi amor de que sois ingrato,

si en cuanto decís sospecho

que os desmiente ese retrato

que está pendiente del pecho.

 

ASTOLFO: Satisfaceros intento

con él... Mas lugar no da

tanto sonoro instrumento

(Tocan cajas.)

que avisa que sale ya

el rey con su parlamento.

 

ESCENA VI

 

(Sale el rey Basilio, con acompañamiento.)

 

ESTRELLA: Sabio Tales...

 

ASTOLFO: Docto Euclides...

 

ESTRELLA: Que entre signos...

 

ASTOLFO: Que entre estrellas...

 

ESTRELLA: Hoy gobiernas...

 

ASTOLFO: Hoy resides...

 

ESTRELLA: Y sus caminos...

 

ASTOLFO: Sus huellas...

 

ESTRELLA: Describes...

 

ASTOLFO: Tasas y mides...

 

ESTRELLA: Deja que en humildes lazos...

 

ASTOLFO: Deja que en tiernos abrazos...

 

ESTRELLA: Hiedra de ese tronco sea.

 

ASTOLFO: Rendido a tus pies me vea.

 

BASILIO: Sobrinos, dadme los brazos,

y creed, pues que leales

a mi precepto amoroso

venís con afectos tales,

que a nadie deje quejoso

y los dos quedéis iguales;

y así, cuando me confieso

rendido al prolijo peso,

solo os pido en la ocasión

silencio, que admiración

ha de pedirla el suceso.

Ya sabéis (estadme atentos,

amados sobrinos míos,

corte ilustre de Polonia,

vasallos, deudos y amigos),

ya sabéis que yo en el mundo

por mi ciencia he merecido

el sobrenombre de docto,

pues, contra el tiempo y olvido,

los pinceles de Timantes,

los mármoles de Lisipo,

en el ámbito del orbe

me aclaman el gran Basilio.

Ya sabéis que son las ciencias

que más curso y más estimo,

matemáticas sutiles,

por quien al tiempo le quito,

por quien a la fama rompo

la jurisdicción y oficio

de enseñar más cada día;

pues cuando en mis tablas miro

presentes las novedades

de los venideros siglos,

le gano al tiempo las gracias

de contar lo que yo he dicho,

esos círculos de nieve,

esos doseles de vidrio,

que el sol ilumina a rayos,

que parte la luna a giros;

esos orbes de diamantes,

esos globos cristalinos,

que las estrellas adornan

y que campean los signos,

son el estudio mayor

de mis años, son los libros

donde en papel de diamante,

o cuadernos de zafiros,

escribe con líneas de oro,

en caracteres distintos,

el Cielo nuestros sucesos,

ya adversos o ya benignos.

Estos leo tan veloz,

que con mi espíritu sigo

sus rápidos movimientos

por rumbos y por caminos.

¡Pluguiera al Cielo, primero

que mi ingenio hubiera sido

de sus márgenes comento

y de sus hojas registro,

hubiera sido mi vida

el primero desperdicio

de sus iras, y que en ellas

mi tragedia hubiera sido,

porque de los infelices

aun el mérito es cuchillo;

que quien le daña el saber,

homicida es de sí mismo!

Dígalo yo, aunque mejor

lo dirán sucesos míos,

para cuya admiración

otra vez silencio os pido.

En Clorilene, mi esposa,

tuve un infelice hijo,

en cuyo parto los Cielos

se agotaron de prodigios.

Antes que a la luz hermosa

le diese el sepulcro vivo

de un vientre (porque el nacer

y el morir son parecidos),

su madre infinitas veces,

entre ideas y delirios

del sueño, vio que rompía

sus entrañas atrevido

un monstruo en forma de hombre,

y entre su sangre teñido

le daba muerte, naciendo

víbora humana del siglo.

Llegó de su parto el día,

y los presagios cumplidos

(porque tarde o nunca son

mentirosos los impíos),

nació en horóscopo tal,

que el sol, en su sangre tinto,

entraba sañudamente

con la luna en desafío;

y siendo valla la tierra,

los dos faroles divinos

a luz entera luchaban,

ya que no a brazo partido.

El mayor, el más horrendo

eclipse que ha padecido

el sol, después que con sangre

lloró la muerte de Cristo,

este fue, porque anegado

el orbe de incendios vivos,

presumió que padecía

el último parasismo:

los cielos oscurecieron,

temblaron los edificios,

llovieron piedras las nubes,

corrieron sangre los ríos.

En aqueste, pues, del sol,

Ya frenesí o ya delirio,

nació Segismundo, dando

de su condición indicios,

pues dio la muerte a su madre,

con cuya fiereza dijo:

«Hombre soy, pues que ya empiezo

a pagar mal beneficios.»

Yo, acudiendo a mis estudios,

en ellos y en todo miro

que Segismundo sería

el hombre más atrevido,

el príncipe más cruel

y el monarca más impío,

por quien su reino vendría

a ser parcial y diviso,

escuela de las traiciones

y academia de los vicios;

y él, de su furor llevado,

entre asombros y delitos,

había de poner en mí

las plantas, y yo rendido

a sus pies me había de ver

(¡con qué vergüenza lo digo!),

siendo alfombra de sus plantas

las canas del rostro mío.

¿Quién no da crédito al daño,

y más al daño que ha visto

en su estudio, donde hace

el amor propio su oficio?

Pues dando crédito yo

a los hados, que adivinos

me pronosticaban daños

en fatales vaticinios,

determiné de encerrar

la fiera que había nacido,

por ver si el sabio tenía

en las estrellas dominio.

Publicóse que el Infante

nació muerto; y, prevenido,

hice labrar una torre

entre las peñas y riscos

de esos montes, donde apenas

la luz ha hallado camino,

por defenderle la entrada

sus rústicos obeliscos.

Las graves penas y leyes,

que con públicos edictos

declararon que ninguno

entrase a un vedado sitio

del monte, se ocasionaron

de las causas que os he dicho.

Allí Segismundo vive

mísero, pobre y cautivo,

adonde solo Clotaldo

le ha hablado, tratado y visto.

Este le ha enseñado ciencias;

este en la ley le ha instrüido

católica, siendo solo

de sus miserias testigo.

Aquí hay tres cosas: la una

que yo, Polonia, os estimo

tanto, que os quiero librar

de la opresión y servicio

de un tirano rey, porque

no fuera señor benigno

el que a su patria y su imperio

pusiera en tanto peligro.

La otra es considerar

que si a mi sangre le quito

el derecho que le dieron

humano y fuero divino,

no es cristiana caridad,

pues ninguna ley ha dicho

que por reservar yo a otro

de tirano y atrevido,

pueda yo serlo, supuesto

que si es tirano mi hijo,

porque él delitos no haga,

vengo yo a hacer los delitos.

Es su última y tercera

el ver cuánto yerro ha sido

dar crédito fácilmente

a los sucesos previstos,

pues aunque su inclinación

le dicte sus precipicios,

quizá no le vencerán,

porque el hado más equívoco,

la inclinación más violenta,

el planeta más impío,

solo el albedrío inclinan,

no fuerzan el albedrío.

Y así, entre una y otra causa

vacilante y discursivo,

previne un remedio tal

que os suspenda los sentidos.

Yo he de ponerle mañana,

sin que él sepa que es mi hijo

y rey vuestro, a Segismundo

(que aqueste su nombre ha sido)

en mi dosel, en mi silla

y, en fin, en el lugar mío,

donde os gobierne y os mande,

y donde todos rendidos

la obediencia le juréis;

pues con aquesto consigo

tres cosas, con que respondo

a las otras tres que he dicho.

Es la primera, que siendo

prudente, cuerdo y benigno,

desmintiendo en todo al hado

que dél tantas cosas dijo,

gozaréis el natural

príncipe vuestro, que ha sido

cortesano de unos montes,

y de sus fieras vecino.

Es la segunda, que si él,

soberbio, osado, atrevido

y cruel, con rienda suelta

corre el campo de sus vicios,

habré yo, piadoso entonces,

con mi obligación cumplido;

y luego en desposeerle

haré como rey invicto,

siendo el volverle a la cárcel

no crueldad, sino castigo.

Es la tercera que, siendo

el príncipe como os digo,

por lo que os amo, vasallos,

os daré reyes más dignos

de la corona y el cetro,

pues serán mis dos sobrinos;

que junto en uno el derecho

de los dos, y convenidos

con la fe del matrimonio,

tendrán lo que han merecido.

Esto como rey os mando,

esto como padre os pido,

esto como sabio os ruego,

esto como anciano os digo;

y si el Séneca español,

que era humilde esclavo, dijo,

de su república, un rey,

como esclavo os lo suplico.

 

ASTOLFO: Si a mí responder me toca,

como el que en efecto ha sido

aquí el más interesado,

en nombre de todos digo

que Segismundo parezca

pues le basta ser tu hijo.

 

TODOS: Danos al príncipe nuestro,

que ya por rey le pedimos.

 

BASILIO: Vasallos, esa fineza

os agradezco y estimo.

Acompañad a sus cuartos

a los dos atlantes míos,

que mañana le veréis.

 

TODOS: ¡Viva el grande rey Basilio!

 

(Éntranse todos acompañando a Estrella y Astolfo; quédase el rey.)

 

ESCENA VII

 

(Salen Clotaldo, Rosaura y Clarín.)

 

CLOTALDO: (Al rey.) ¿Podréte hablar?

 

BASILIO, ¡Oh Clotaldo!

Tú seas muy bien venido.

 

CLOTALDO: Aunque viniendo a tus plantas

es fuerza el haberlo sido,

esta vez rompe, señor,

el hado triste y esquivo,

el privilegio a la ley

y a la costumbre el estilo.

 

BASILIO: ¿Qué tienes?

 

CLOTALDO: Una desdicha,

señor, que me ha sucedido,

cuando pudiera tenerla

por el mayor regocijo.

 

BASILIO: Prosigue.

 

CLOTALDO: Este bello joven,

osado o inadvertido,

entró en la torre, señor,

adonde al príncipe ha visto,

y es...

 

BASILIO: No os aflijáis, Clotaldo;

si otro día hubiera sido,

confieso que lo sintiera;

pero ya el secreto he dicho,

y no importa que él lo sepa,

supuesto que yo lo digo.

Vedme después, porque tengo

muchas cosas que advertiros

y muchas que hagáis por mí,

que habéis de ser, os aviso,

instrumento del mayor

suceso que el mundo ha visto;

y a esos presos, porque al fin

no presumáis que castigo

descuidos vuestros, perdono.

 

(Vase.)

 

CLOTALDO: ¡Vivas, gran señor, mil siglos!

 

ESCENA VIII

 

CLOTALDO: (Aparte.) Mejoró el Cielo la suerte;

ya no diré que es mi hijo,

pues que lo puedo excusar.

(Alto) Extranjeros peregrinos,

libres estáis.

 

ROSAURA: Tus pies beso

mil veces.

 

CLARÍN: Y yo los viso,

que una letra más o menos

no reparan dos amigos.

 

ROSAURA: La vida, señor, me has dado;

y pues a tu cuenta vivo,

eternamente seré

esclavo tuyo.

 

CLOTALDO: No ha sido

vida la que yo te he dado,

porque un hombre bien nacido,

si está agraviado, no vive;

y supuesto que has venido

a vengarte de un agravio,

según tú propio me has dicho,

no te he dado vida yo,

porque tú no la has traído,

que vida infame no es vida.

(Aparte.) Bien con aquesto le animo.

 

ROSAURA: Confieso que no la tengo,

aunque de ti la recibo;

pero yo con la venganza

dejaré mi honor tan limpio

que pueda mi vida luego,

atropellando peligros,

parecer dádiva tuya.

 

CLOTALDO: Toma el acero bruñido

que trajiste; que yo sé

que él baste, en sangre teñido

de tu enemigo, a vengarte;

porque acero que fue mío

(digo este instante, este rato

que en mi poder lo he tenido)

sabrá vengarte.

 

ROSAURA: En tu nombre

segunda vez me le ciño

y en él juro mi venganza,

aunque fuese mi enemigo

más poderoso.

 

CLOTALDO: ¿Eslo mucho?

 

ROSAURA: Tanto, que no te lo digo,

no porque de tu prudencia

mayores cosas no fío,

sino porque no se vuelva

contra mí el favor que admiro

en tu piedad.

 

CLOTALDO: Antes fuera

ganarme a mí con decirlo;

pues fuera cerrarme el paso

de ayudar a tu enemigo.

(Aparte.) ¡Oh, si supiera quién es!

 

ROSAURA: Porque no pienses que estimo

tan poco esa confianza,

sabe que el contrario ha sido

no menos que Astolfo, duque

de Moscovia.

 

CLOTALDO: (Aparte.) Mal resisto

el dolor, porque es más grave

que fue imaginado, visto.

Apuremos más el caso.

(Alto) Si moscovita has nacido,

el que es natural señor

mal agraviarte ha podido.

Vuélvete a tu patria, pues,

y deja el ardiente brío

que te despeña.

 

ROSAURA: Yo sé

que, aunque mi príncipe ha sido,

pudo agraviarme.

 

CLOTALDO: No pudo,

aunque pusiera atrevido

la mano en tu rostro.

(Aparte.) ¡Ay cielos!

 

ROSAURA: Mayor fue el agravio mío.

 

CLOTALDO: Dilo ya, pues que no puedes

decir más que yo imagino.

 

ROSAURA: Sí dijera; mas no sé

con qué respeto te miro,

con qué afecto te venero,

con qué estimación te asisto,

que no me atrevo a decirte

que es este exterior vestido

enigma, pues no es de quien

parece. Juzga advertido,

si no soy lo que parezco,

y Astolfo a casarse vino

con Estrella, si podrá

agraviarme. Harto te he dicho.

 

(Vanse Rosaura y Clarín.)

 

CLOTALDO: ¡Escucha, aguarda, detente!

¿Qué confuso laberinto

es este, donde no puede

hallar la razón el hilo?

Mi honor es el agraviado,

poderoso el enemigo,

yo vasallo, ella mujer:

descubra el cielo camino;

aunque no sé si podrá,

cuando en tan confuso abismo

es todo el cielo un presagio,

y es todo el mundo un prodigio.

 

JORNADA SEGUNDA

 

ESCENA I

 

(Salen Basilio y Clotaldo.)

 

CLOTALDO: Todo, como lo mandaste,

queda efectuado.

 

BASILIO: Cuenta,

Clotaldo, cómo pasó.

 

CLOTALDO: Fue, señor, desta manera.

Con la apacible bebida

que de confecciones llena

hacer mandaste, mezclando

la virtud de algunas hierbas,

cuyo tirano poder

y cuya secreta fuerza

así al humano discurso

priva, roba y enajena,

que deja vivo cadáver

a un hombre, y cuya violencia,

adormecido, le quita

los sentidos y potencias...

(No tenemos que argüir

que aquesto posible sea,

pues tantas veces, señor,

nos ha dicho la experiencia,

y es cierto, que de secretos

naturales está llena

la medicina, y no hay

animal, planta ni piedra

que no tenga calidad

determinada; y si llega

a examinar mil venenos

la humana malicia nuestra

que den la muerte, ¿qué mucho

que, templada su violencia,

pues hay venenos que maten,

haya venenos que aduerman?

Dejando aparte el dudar

si es posible que suceda,

pues que ya queda probado

con razones y evidencias...

con la bebida, en efecto,

que el opio, la adormidera

y el beleño compusieron,

bajé a la cárcel estrecha

de Segismundo; con él

hablé un rato de las letras

humanas, que le ha enseñado

la muda naturaleza

de los montes y los cielos,

y en cuya divina escuela

la retórica aprendió

de las aves y las fieras.

Para levantarle más

el espíritu a la empresa

que solicitas, tomé

por asunto la presteza

de un águila caudalosa

que, despreciando la esfera

del viento, pasaba a ser,

en las regiones supremas

del fuego, rayo de pluma,

o desasido cometa.

Encarecí el vuelo altivo,

diciendo: «Al fin eres reina

de las aves, y así a todas

es justo que la prefieras.»

Él no hubo menester más,

que en tocando esta materia

de la majestad, discurre

con ambición y soberbia;

porque en efecto la sangre

le incita, mueve y alienta

a cosas grandes, y dijo:

«¡Que en la república inquieta

de las aves también haya

quien les jure la obediencia!

En llegando a este discurso

mis desdichas me consuelan;

pues, por lo menos, si estoy

sujeto, lo estoy por fuerza,

porque voluntariamente

a otro hombre no me rindiera.»

Viéndole ya enfurecido

con esto, que ha sido el tema

de su dolor, le brindé

con la pócima, y apenas

pasó desde el vaso al pecho

el licor, cuando las fuerzas

rindió al sueño, discurriendo

por los miembros y las venas

un sudor frío, de modo

que a no saber yo que era

muerte fingida, dudara

de su vida. En esto llegan

las gentes de quien tú fías

el valor desta experiencia,

y poniéndole en un coche,

hasta tu cuarto le llevan,

donde prevenida estaba

la majestad y grandeza

que es digna de su persona.

Allí en tu cama le acuestan,

donde al tiempo que el letargo

haya perdido la fuerza,

como a ti mismo, señor,

le sirvan, que así lo ordenas.

Y si haberte obedecido

te obliga a que yo merezca

galardón, solo te pido

(perdona mi inadvertencia)

que me digas: ¿qué es tu intento,

trayendo desta manera

a Segismundo a palacio?

 

BASILIO: Clotaldo, muy justa es esa

duda que tienes, y quiero

solo a ti satisfacerla.

A Segismundo, mi hijo,

el influjo de su estrella

(bien lo sabes) amenaza

mil desdichas y tragedias.

Quiero examinar si el Cielo

que no es posible que mienta,

y más habiéndonos dado

de su rigor tantas muestras,

en su cruel condición

o se mitiga, o se templa

por lo menos, y vencido

con valor y con prudencia

se desdice; porque el hombre

predomina en las estrellas.

Esto quiero examinar,

trayéndole donde sepa

que es mi hijo y donde haga

de su talento la prueba.

Si magnánimo la vence,

reinará; pero si muestra

el ser crüel y tirano,

le volveré a su cadena.

Agora preguntarás

que para aquesta experiencia

¿qué importó haberle traído

dormido desta manera?

Y quiero satisfacerte

dándote a todo respuesta.

Si él supiera que es mi hijo

hoy, y mañana se viera

segunda vez reducido

a su prisión y miseria,

cierto es de su condición

que desesperara en ella,

porque sabiendo quién es

¿qué consuelo habrá que tenga?

Y así he querido dejar

abierta al daño la puerta

del decir que fue soñado

cuanto vio. Con esto llegan

a examinarse dos cosas:

su condición la primera;

pues él despierto procede

en cuanto imagina y piensa;

y el consuelo, la segunda,

pues aunque ahora se vea

obedecido, y después

a sus prisiones se vuelva,

podrá entender que soñó,

y hará bien cuando lo entienda,

porque en el mundo, Clotaldo,

todos los que viven sueñan.

 

CLOTALDO: Razones no me faltaran

para probar que no aciertas;

mas ya no tiene remedio;

y según dicen las señas,

parece que ha despertado,

y hacia nosotros se acerca.

 

BASILIO: Yo me quiero retirar;

tú, como ayo suyo, llega,

y de tantas confusiones

como su discurso cercan

le sacas con la verdad.

 

CLOTALDO: En fin, ¿que me das licencia

para que lo diga?

 

BASILIO: Sí;

que podrá ser, con saberla,

que, conocido el peligro,

más fácilmente venza.

 

(Vase y sale Clarín.)

 

ESCENA II

 

CLARÍN: (Aparte.) A costa de cuatro palos

que el llegar aquí me cuesta

de un alabardero rubio

que barbó de su librea,

tengo que ver cuanto pasa;

que no hay ventana más cierta

que aquella que, sin rogar

a un ministro de boletas,

un hombre se trae consigo;

pues para todas las fiestas

despojado y despejado

se asoma a su desvergüenza.

 

CLOTALDO: (Aparte.) Este es Clarín, el criado

de aquella, ¡ay cielos!, de aquella

que, tratante de desdichas,

pasó a Polonia mi afrenta.

(Alto.) Clarín, ¿qué hay de nuevo?

 

CLARÍN: Hay,

señor, que tu gran clemencia

dispuesta a vengar agravios

de Rosaura, la aconseja

que tome su propio traje.

 

CLOTALDO: Y es bien, porque no parezca

liviandad.

 

CLARÍN: Hay que, mudando

su nombre, y tomando, cuerda,

nombre de sobrina tuya,

hoy tanto honor se acrecienta,

que dama en palacio ya

de la singular Estrella

vive.

 

CLOTALDO: Es bien que de una vez

tome su honor por mi cuenta.

 

CLARÍN: Hay que ella se está esperando

que ocasión y tiempo venga

en que vuelva por su honor.

 

CLOTALDO: Prevención segura es esa;

que al fin el tiempo ha de ser

quien haga esas diligencias.

 

CLARÍN: Hay que ella está regalada,

servida como una reina,

en fe de sobrina tuya.

Y hay que, viniendo con ella,

estoy yo muriendo de hambre,

y nadie de mí se acuerda,

sin mirar que soy Clarín,

y que si el tal Clarín suena,

podrá decir cuanto pasa

al rey, a Astolfo y a Estrella;

porque Clarín y criado

son dos cosas que se llevan

con el secreto muy mal;

y podrá ser, si me deja

el silencio de su mano,

se cante por mí esta letra:

“Clarín que rompe el albor

no suena mejor.”

 

CLOTALDO: Tu queja está bien fundada;

yo satisfaré tu queja,

y en tanto sírveme a mí.

 

CLARÍN: Pues ya Segismundo llega.

 

ESCENA III

 

(Salen músicos cantando, y criados, dando de vestir a Segismundo, que sale como asombrado.)

 

SEGISMUNDO: ¡Válgame el Cielo, qué veo!

¡Válgame el Cielo, qué miro!

Con poco espanto lo admiro,

con mucha duda lo creo.

¿Yo entre telas y brocados?

¿Yo en palacios suntuosos?

¿Yo cercado de criados

tan lucidos y briosos?

¿Yo despertar de dormir

en lecho tan excelente?

¿Yo en medio de tanta gente

que me sirva de vestir?

Decir que sueño es engaño;

bien sé que despierto estoy.

¿Yo Segismundo no soy?

Dadme, Cielos, desengaño.

Decidme: ¿qué pudo ser

esto que a mi fantasía

sucedió mientras dormía,

que aquí me he llegado a ver?

Pero sea lo que fuere,

¿quién me mete en discurrir?

Dejarme quiero vivir,

y venga lo que viniere.

 

CRIADO 1°: (Aparte al Criado 2° y a Clarín.)

¡Qué melancólico está!

 

CRIADO 2°: Pues ¿a quién le sucediera

esto, que no lo estuviera?

 

CLARÍN: A mí.

 

CRIADO 2°: Llega a hablarle ya.

 

CRIADO 1°: (A Segismundo) ¿Volverán a cantar?

 

SEGISMUNDO: No,

no quiero que canten más.

 

CRIADO 2°: Como tan suspenso estás,

quise divertirte.

 

SEGISMUNDO: Yo

no tengo de divertir

con sus voces mis pesares;

las músicas militares

solo he gustado de oír.

 

CLOTALDO: Vuestra Alteza, gran señor

me dé su mano a besar;

que el primero os ha de dar

esta obediencia mi honor.

 

SEGISMUNDO: (Aparte.) Clotaldo es; pues ¿cómo así

quien en prisión me maltrata,

con tal respeto me trata?

¿Qué es lo que pasa por mí?

 

CLOTALDO: Con la grande confusión

que el nuevo estado te da,

mil dudas padecerá

el discurso y la razón.

Pero ya librarte quiero

de todas (si puede ser),

porque has, señor, de saber

que eres príncipe heredero

de Polonia. Si has estado

retirado y escondido,

por obedecer ha sido

a la inclemencia del hado,

que mil tragedias consiente

a este imperio, cuando en él

el soberano laurel

corone tu augusta frente.

Mas fiando a tu atención

que vencerás las estrellas,

porque es posible vencellas

a un magnánimo varón,

a palacio te han traído

de la torre en que vivías,

mientras al sueño tenías

el espíritu rendido.

Tu padre, el rey, mi señor,

vendrá a verte, y dél sabrás,

Segismundo, lo demás.

 

SEGISMUNDO: Pues vil, infame, traidor,

¿qué tengo más que saber,

después de saber quién soy,

para mostrar desde hoy

mi soberbia y mi poder?

¿Cómo a tu patria le has hecho

tal traición, que me ocultaste

a mí, pues que me negaste,

contra razón y derecho,

este estado?

 

CLOTALDO: ¡Ay de mí triste!

 

SEGISMUNDO: Traidor fuiste con la ley,

lisonjero con el rey,

y cruel conmigo fuiste;

y así el rey, la ley y yo,

entre desdichas tan fieras,

te condenan a que mueras

a mis manos.

 

CRIADO 2°: Señor...

 

SEGISMUNDO: No

me estorbe nadie, que es vana

diligencia; y ¡vive Dios!

si os ponéis delante vos,

que os eche por la ventana.

 

CRIADO 1°: Huye, Clotaldo.

 

CLOTALDO ¡Ay de ti,

que soberbia vas mostrando,

sin saber que estás soñando!

 

(Vase.)

 

CRIADO 2°: Advierte...

 

SEGISMUNDO: Aparta de aquí.

 

CRIADO 2°: ... que a su rey obedeció.

 

SEGISMUNDO: En lo que no es justa ley

no ha de obedecer al rey;

y su príncipe era yo.

 

CRIADO 2°: Él no debió examinar

si era bien hecho o mal hecho.

 

SEGISMUNDO: Que estáis mal con vos, sospecho,

pues me dais que replicar.

 

CLARÍN: Dice el príncipe muy bien,

y vos hicistes muy mal.

 

CRIADO 2°: ¿Quién os dio licencia igual?

 

CLARÍN: Yo me la he tomado.

 

SEGISMUNDO: ¿Quién

eres tú?, di.

 

CLARÍN: Entremetido,

y deste oficio soy jefe,

porque soy el mequetrefe

mayor que se ha conocido.

 

SEGISMUNDO: Tú solo en tan nuevos mundos

me has agradado.

 

CLARÍN: Señor,

soy un grande agradador

de todos los Segismundos.

 

ESCENA IV

 

(Sale Astolfo.)

 

ASTOLFO: ¡Feliz mil veces el día,

oh príncipe, que os mostráis,

sol de Polonia, y llenáis

de resplandor y alegría

todos estos horizontes

con tan divino arrebol,

pues que salís, como el sol,

de debajo de los montes!

Salid, pues, y aunque tan tarde

se corona vuestra frente

del laurel resplandeciente,

tarde muera.

 

SEGISMUNDO: Dios os guarde.

 

ASTOLFO: El no haberme conocido

solo por disculpa os doy

de no honrarme más. Yo soy

Astolfo, duque he nacido

de Moscovia, y primo vuestro;

haya igualdad en los dos.

 

SEGISMUNDO: Si digo que os guarde Dios,

¿bastante agrado no os muestro?

Pero ya que, haciendo alarde

de quien sois, desto os quejáis,

otra vez que me veáis

le diré a Dios que no os guarde.

 

CRIADO 2°: (A Astolfo.) Vuestra Alteza considere

que como en montes nacido

con todos ha procedido.

 (A Segismundo.) Astolfo, señor, prefiere...

 

SEGISMUNDO Cansóme cómo llegó

grave a hablarme; y lo primero

que hizo se puso el sombrero.

 

CRIADO 2°: Es grande.

 

SEGISMUNDO: Mayor soy yo.

 

CRIADO 2°: Con todo eso, entre los dos

que haya más respeto es bien

que entre los demás.

 

SEGISMUNDO: ¿Y quién

os mete conmigo a vos?

 

ESCENA V

 

(Sale Estrella.)

 

ESTRELLA: Vuestra Alteza, señor, sea

muchas veces bien venido

al dosel, que agradecido

le recibe y le desea,

adonde, a pesar de engaños,

viva augusto y eminente,

donde su vida se cuente

por siglos, y no por años.

 

SEGISMUNDO: (A Clarín) Dime tú ahora, ¿quién es

esta beldad soberana?

¿Quién es esta diosa humana,

a cuyos divinos pies

postra el cielo su arrebol?

¿Quién es esta mujer bella?

 

CLARÍN: Es, señor, tu prima Estrella.

 

SEGISMUNDO: Mejor dijeras el sol.

(A Estrella) Aunque el parabién es bien

darme del bien que conquisto,

de solo haberos hoy visto

os admito el parabién;

y así, del llegarme a ver

con el bien que no merezco,

el parabién agradezco,

Estrella, que amanecer

podéis, y dar alegría

al más luciente farol.

¿Qué dejáis que hacer al sol

si os levantáis con el día?

Dadme a besar vuestra mano,

en cuya copa de nieve

el aura candores bebe.

 

ESTRELLA: Sed más galán cortesano.

 

ASTOLFO: (Aparte.) Soy perdido.

 

CRIADO 2°: (Aparte.) El pesar sé

de Astolfo, y le estorbaré.

(Alto.) Advierte, señor, que no

es justo atreverte así,

y estando Astolfo...

 

SEGISMUNDO: ¿No digo

que vos no os metáis conmigo?

 

CRIADO 2°: Digo lo que es justo.

 

SEGISMUNDO: A mí

todo eso me causa enfado.

Nada me parece justo

en siendo contra mi gusto.

 

CRIADO 2°: Pues yo, señor, he escuchado

de ti que en lo justo es bien

obedecer y servir.

 

SEGISMUNDO: También oíste decir

que por un balcón, a quien

me canse, sabré arrojar.

 

CRIADO 2°: Con los hombres como yo

no puede hacerse eso.

 

SEGISMUNDO: ¿No?

¡Por Dios, que lo he de probar!

 

(Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él, volviendo a salir inmediatamente.)

 

ASTOLFO: ¿Qué es esto que llego a ver?

 

ESTRELLA: Llegad todos a ayudar.

 

(Vase.)

 

SEGISMUNDO: (Volviendo.) Cayó del balcón al mar.

¡Vive Dios que pudo ser!

 

ASTOLFO: Pues medid con más espacio

vuestras acciones severas;

que lo que hay de hombres a fieras

hay desde un monte a palacio.

 

SEGISMUNDO: Pues en dando tan severo

en hablar con entereza,

quizá no hallaréis cabeza

en que se os tenga el sombrero.

 

ESCENA VI

 

(Vase Astolfo y sale Basilio.)

 

BASILIO: ¿Qué ha sido esto?

 

SEGISMUNDO: Nada ha sido;

a un hombre que me ha cansado

de ese balcón he arrojado.

 

CLARÍN: (A Segismundo) Que es el rey está advertido.

 

BASILIO: ¿Tan presto una vida cuesta

tu venida el primer día?

 

SEGISMUNDO: Díjome que no podía

hacerse, y gané la apuesta.

 

BASILIO: Pésame mucho que cuando,

príncipe, a verte he venido,

pensando hallarte advertido,

de hados y estrellas triunfando,

con tanto rigor te vea,

y que la primera acción

que has hecho en esta ocasión

un grave homicidio sea.

¿Con qué amor llegar podré

a darte ahora mis brazos,

si de sus soberbios lazos,

que están enseñados sé

a dar muerte? ¿Quién llegó

a ver desnudo el puñal

que dio una herida mortal,

que no temiese? ¿Quién vio

sangriento el lugar, adonde

a otro hombre dieron muerte,

que no sienta que el más fuerte

a su natural responde.

Yo así, que en tus brazos miro

desta muerte el instrumento,

y miro el lugar sangriento,

de tus brazos me retiro;

y aunque en amorosos lazos

ceñir tu cuello pensé,

sin ello me volveré,

que tengo miedo a tus brazos.

 

SEGISMUNDO: Sin ellos me podré estar

como me he estado hasta aquí,

que un padre que contra mí

tanto rigor sabe usar

que con condición ingrata

de su lado me desvía,

como a una fiera me cría

y como a un monstruo me trata,

y mi muerte solicita,

de poca importancia fue

que los brazos no me dé,

cuando el ser de hombre me quita.

 

BASILIO: Al cielo y a Dios pluguiera

que a dártele no llegara;

pues ni tu voz escuchara,

ni tu atrevimiento viera.

 

SEGISMUNDO: Si no me le hubieras dado,

no me quejara de ti;

pero una vez dado, sí

por habérmele quitado;

pues aunque el dar la acción es

más noble y más singular,

es mayor bajeza dar,

para quitarlo después.

 

BASILIO: ¡Bien me agradeces el verte,

de un humilde y pobre preso,

príncipe ya!

 

SEGISMUNDO: Pues en eso

¿qué tengo que agradecerte?

Tirano de mi albedrío,

si viejo y caduco estás

muriéndote, ¿qué me das?

¿Dasme más de lo que es mío?

Mi padre eres y mi rey;

luego toda esta grandeza

me da la naturaleza 1510

por derechos de su ley.

Luego, aunque esté en tal estado,

obligado no te quedo,

y pedirte cuentas puedo

del tiempo que me has quitado

libertad, vida y honor;

y así, agradéceme a mí

que yo no cobre de ti,

pues eres tú mi deudor.

 

BASILIO: Bárbaro eres y atrevido;

cumplió su palabra el cielo;

y así, para él mismo apelo,

soberbio, desvanecido.

Y aunque sepas ya quién eres,

y desengañado estés,

y aunque en un lugar te ves

donde a todos te prefieres,

mira bien lo que te advierto:

que seas humilde y blando,

porque quizá estás soñando,

aunque ves que estás despierto.

 

(Vase.)

 

SEGISMUNDO: ¿Que quizá soñando estoy,

aunque despierto me veo?

No sueño, pues toco y creo

lo que he sido y lo que soy.

Y aunque ahora te arrepientas,

poco remedio tendrás;

sé quién soy, y no podrás,

aunque suspires y sientas,

quitarme el haber nacido

desta corona heredero;

y si me viste primero

a las prisiones rendido,

fue porque ignoré quién era.

Pero ya informado estoy

de quién soy; y sé que soy

un compuesto de hombre y fiera.

 

ESCENA VII

 

(Sale Rosaura, en traje de mujer.)

 

ROSAURA: (Aparte.) Siguiendo a Estrella vengo,

y gran temor de hallar a Astolfo tengo;

que Clotaldo desea

que no sepa quién soy, y no me vea,

porque dice que importa al honor mío;

y de Clotaldo fío

su afecto; pues le debo agradecida

aquí el amparo de mi honor y vida.

 

CLARÍN: (A Segismundo) ¿Qué es lo que te ha agradado

más de cuanto hoy has visto y

admirado?

 

SEGISMUNDO: Nada me ha suspendido,

que todo lo tenía prevenido;

mas si admirar hubiera

algo en el mundo, la hermosura fuera

de la mujer. Leía

una vez en los libros que tenía,

que lo que a Dios mayor estudio debe

era el hombre, por ser un mundo breve;

mas ya que lo es recelo

la mujer, pues ha sido un breve cielo;

y más beldad encierra

que el hombre, cuanto va de cielo a tierra;

y más si es la que miro.

 

ROSAURA: (Aparte.) El príncipe está aquí; yo me retiro.

 

SEGISMUNDO: Oye, mujer, detente;

no juntes el ocaso y el oriente,

huyendo al primer paso;

que juntando el oriente y el ocaso,

la lumbre y sombra fría,

serás sin duda síncopa del día.

Pero ¿qué es lo que veo?

 

ROSAURA: Lo mismo que estoy viendo, dudo y creo.

 

SEGISMUNDO: (Aparte.) Yo he visto esta belleza

otra vez.

 

ROSAURA: (Aparte.) Yo esta pompa, esta grandeza

he visto reducida

a una estrecha prisión.

 

SEGISMUNDO: (Aparte.) Ya hallé mi vida.

(Alto.) Mujer, que aqueste nombre

es el mejor requiebro para el hombre

¿quién eres? Que sin verte

adoración me debes; y de suerte

por la fe te conquisto

que me persuado a que otra vez te he visto.

¿Quién eres, mujer bella?

 

ROSAURA: (Aparte.) Disimular me importa.

(Alto.) Soy de Estrella

una infelice dama.

 

SEGISMUNDO: No digas tal; di el sol, a cuya llama

aquella estrella vive,

pues de tus rayos resplandor recibe.

Yo vi en reino de olores

que presidía entre escuadrón de flores

la deidad de la rosa;

y era su emperatriz por más hermosa.

Yo vi entre piedras finas

de la docta academia de sus minas

preferir el diamante,

y ser su emperador por más brillante.

Yo en esas cortes bellas

de la inquieta república de estrellas

vi en el lugar primero

por rey de las estrellas el lucero.

Yo en esferas perfectas,

llamando el sol a cortes los planetas,

le vi que presidía

como mayor oráculo del día.

Pues ¿cómo, si entre flores, entre estrellas,

piedras, signos, planetas, las más bellas

prefieren, tú has servido

la de menos beldad, habiendo sido

por más bella y hermosa,

sol, lucero, diamante, estrella y rosa?

 

ESCENA VIII

 

(Sale Clotaldo.)

 

CLOTALDO: (Aparte.) A Segismundo reducir deseo,

porque en fin lo he criado. Mas ¿qué veo?

 

ROSAURA: Tu favor reverencio;

respóndate retórico el silencio;

cuando tan torpe la razón se halla,

mejor habla, señor, quien mejor calla.

 

SEGISMUNDO: No has de ausentarte, espera.

¿Cómo quieres dejar de esa manera

a escuras mi sentido?

 

ROSAURA: Esta licencia a Vuestra Alteza pido.

 

SEGISMUNDO: Irte con tal violencia

no es pedir, es tomarte la licencia.

 

ROSAURA: Pues, si tú no la das, tomarla espero.

 

SEGISMUNDO: Harás que de cortés pase a grosero;

porque la resistencia

es veneno cruel de mi paciencia.

 

ROSAURA: Pues cuando ese veneno,

de furia, de rigor y saña lleno,

la paciencia venciera,

mi respeto no osara, ni pudiera.

 

SEGISMUNDO: Solo por ver si puedo

harás que pierda a tu hermosura el miedo,

que soy muy inclinado

a vencer lo imposible. Hoy he arrojado

de ese balcón a un hombre que decía

que hacerse no podía;

y así, por ver si puedo, es cosa llana

que arrojaré tu honor por la ventana.

 

CLOTALDO: (Aparte.) Mucho se va empeñando.

¿Qué he de hacer, Cielos, cuando

tras un loco deseo

mi honor segunda vez en riesgo veo?

 

ROSAURA: No en vano prevenía

a este reino infeliz tu tiranía

escándalos tan fuertes

de delitos, traiciones, iras, muertes.

Mas ¿qué ha de hacer un hombre,

que de humano no tiene más que el nombre

atrevido, inhumano,

cruel, soberbio, bárbaro y tirano,

nacido entre las fieras?

 

SEGISMUNDO: Porque tú ese baldón no me dijeras,

tan cortés me mostraba,

pensando que con esto te obligaba;

mas, si lo soy hablando deste modo,

has de decirlo, vive Dios, por todo.

Hola, dejadnos solos, y esa puerta

se cierre, y no entre nadie.

 

(Vanse Clarín y los Criados.)

 

ROSAURA: Yo soy muerta.

Advierte...

 

SEGISMUNDO: Soy tirano,

y ya pretendes, reducirme en vano.

 

CLOTALDO: (Aparte.) ¡Oh qué lance tan fuerte!

Saldré a estorbarlo, aunque me dé la muerte.

(Llega.) Señor, atiende, mira.

 

SEGISMUNDO: Segunda vez me has provocado a ira,

viejo caduco y loco.

¿Mi enojo y mi rigor tienes en poco?

¿Cómo hasta aquí has llegado?

 

CLOTALDO: De los acentos desta voz llamado,

a decirte que seas

más apacible, si reinar deseas;

y no, por verte ya de todos dueño,

seas cruel, porque quizá es un sueño.

 

SEGISMUNDO: A rabia me provocas,

cuando a la luz del desengaño tocas.

Veré, dándote muerte,

si es sueño o si es verdad.

 

(Al ir a sacar la daga, se la detiene Clotaldo, y se pone de rodillas.)

 

CLOTALDO: Yo desta suerte

librar mi vida espero.

 

SEGISMUNDO: Quita la osada mano del acero.

 

CLOTALDO: Hasta que gente venga,

que tu rigor y cólera detenga,

no he de soltarte.

 

ROSAURA: ¡Ay, Cielos!

 

SEGISMUNDO: Suelta, digo,

caduco, loco, bárbaro, enemigo,

o será desta suerte (Luchan.)

el darte ahora entre mis brazos muerte.

 

ROSAURA: Acudid todos presto,

que matan a Clotaldo

 

(Vase.)

 

ESCENA IX

 

(Sale Astolfo a tiempo que cae Clotaldo a sus pies, y él se pone en medio.)

 

ASTOLFO: Pues ¿qué es esto,

príncipe generoso?

¿Así se mancha acero tan brïoso

en una sangre helada?

Vuelva a la vaina tu lucida espada.

 

SEGISMUNDO: En viéndola teñida

en esa infame sangre.

 

ASTOLFO: Ya su vida

tomó a mis pies sagrado;

y de algo ha de servirle haber llegado.

 

SEGISMUNDO: Sírvate de morir; pues desta suerte

también sabré vengarme con tu muerte

de aquel pasado enojo.

 

ASTOLFO: Yo defiendo

mi vida; así la majestad no ofendo.

 

(Saca Astolfo la espada y riñen.)

 

ESCENA X

 

CLOTALDO: No le ofendas, señor.

 

(Salen Basilio, Estrella y Acompañamiento.)

 

BASILIO: Pues ¿aquí espadas?

 

ESTRELLA: (Aparte.) ¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!

 

BASILIO: Pues, ¿qué es lo que ha pasado?

 

ASTOLFO: Nada, señor, habiendo tú llegado.

(Envainan.)

 

SEGISMUNDO: Mucho, señor, aunque hayas tú venido;

yo a ese viejo matar he pretendido.

 

BASILIO: ¿Respeto no tenías

a estas canas?

 

CLOTALDO: Señor, ved que son mías:

que no importa veréis.

 

SEGISMUNDO: Acciones vanas,

querer que tenga yo respeto a canas;

pues aun esas podría

(Al rey.) ser que viese a mis plantas algún día;

porque aún no estoy vengado

del modo injusto con que me has criado.

 

(Vase.)

 

BASILIO: Pues antes que lo veas,

volverás a dormir adonde creas

que cuanto te ha pasado,

como fue bien del mundo, fue soñado.

 

 (Vanse el Rey, Clotaldo y Acompañamiento.)

 

ESCENA XI

 

ASTOLFO: ¡Qué pocas veces el hado,

que dice desdichas, miente,

pues es tan cierto en los males

cuanto dudoso en los bienes!

¡Qué buen astrólogo fuera,

si siempre casos crueles

anunciara, pues no hay duda

que ellos fueran verdad siempre!

Conocerse esta experiencia

en mí y Segismundo puede,

Estrella, pues en los dos

hizo muestras diferentes.

En él, previno rigores,

soberbias, desdichas, muertes

y en todo dijo verdad,

porque todo, al fin, sucede;

pero, en mí, que al ver, señora

esos rayos excelentes,

de quien el sol fue una sombra

y el cielo un amago breve,

que me previno venturas,

trofeos, aplausos, bienes,

dijo mal, y dijo bien;

pues solo es justo que acierte

cuando amaga con favores

y ejecuta con desdenes.

 

ESTRELLA: No dudo que esas finezas

son verdades evidentes;

mas serán por otra dama

cuyo retrato pendiente

al cuello trajisteis cuando

llegasteis, Astolfo, a verme,

y, siendo así, esos requiebros

ella sola los merece.

Acudid a que ella os pague,

que no son buenos papeles

en el consejo de amor

las finezas ni las fees

que se hicieron en servicio

de otras damas y otros reyes.

 

ESCENA XII

 

(Sale Rosaura, que se queda al paño.)

 

ROSAURA: (Aparte.) ¡Gracias a Dios que llegaron

ya mis desdichas crueles

al término suyo, pues

quien esto ve nada teme!

 

ASTOLFO: Yo haré que el retrato salga

del pecho, para que entre

la imagen de tu hermosura.

Donde entre, Estrella, no tiene

lugar la sombra, ni estrella

donde el sol; voy a traerle.

(Aparte.) Perdona, Rosaura hermosa,

este agravio, porque ausente,

no se guardan más fe que esta

los hombres y las mujeres.

 

(Vase. Adelantándose a Rosaura.)

 

ROSAURA: (Aparte.) Nada he podido escuchar,

temerosa que me viese.

 

ESTRELLA: Astrea.

 

ROSAURA: Señora mía.

 

ESTRELLA: Heme holgado que tú fueses

la que llegaste hasta aquí;

porque de ti solamente

fiara un secreto.

 

ROSAURA: Honras,

señora, a quien te obedece.

 

ESTRELLA: En el poco tiempo, Astrea,

que ha que te conozco, tienes

de mi voluntad las llaves;

por esto, y por ser quien eres,

me atrevo a fiar de ti

lo que aun de mí muchas veces

recaté.

 

ROSAURA: Tu esclava soy.

 

ESTRELLA: Pues, para decirlo en breve,

mi primo Astolfo (bastara

que mi primo te dijese,

porque hay cosas que se dicen

con pensarlas solamente)

ha de casarse conmigo,

si es que la fortuna quiere

que con una dicha sola

tantas desdichas descuente.

Pesóme que el primer día

echado al cuello trajese

el retrato de una dama,

Habléle en él cortésmente.

es galán, y quiere bien;

fue por él, y ha de traerle

aquí: embarázame mucho

que él a mí a dármelo llegue;

quédate aquí y cuando venga

le dirás que te lo entregue

a ti. No te digo más;

discreta y hermosa eres:

bien sabrás lo que es amor.

 

(Vase.)

 

ESCENA XIII

 

ROSAURA: ¡Ojalá no lo supiese!

¡Válgame el Cielo! ¿Quién fuera

tan atenta y tan prudente

que supiera aconsejarse

hoy en ocasión tan fuerte?

¿Habrá persona en el mundo

a quien el cielo inclemente

con más desdichas combata

y con más pesares cerque?

¿Qué haré en tantas confusiones,

donde imposible parece

que halle razón que me alivie,

ni alivio que me consuele?

Desde la primer desdicha,

no hay suceso ni accidente

que otra desdicha no sea;

que unas a otras suceden,

herederas de sí mismas.

A la imitación del fénix,

unas de las otras nacen,

viviendo de lo que mueren,

y siempre de sus cenizas

está el sepulcro caliente.

Que eran cobardes, decía

un sabio, por parecerle

que nunca andaba una sola;

yo digo que son valientes,

pues siempre van adelante

y nunca la espalda vuelven;

quien las llevase consigo,

a todo podrá atreverse,

pues en ninguna ocasión

no haya miedo que le dejen;

dígalo yo, pues en tantas

como a mi vida suceden,

nunca me he hallado sin ellas,

ni se han cansado hasta verme,

herida de la fortuna,

en los brazos de la muerte.

¡Ay de mí! ¿Qué debo hacer

hoy en la ocasión presente?

Si digo quién soy, Clotaldo,

a quien mi vida le debe

este amparo y este honor,

conmigo ofenderse puede;

pues me dice que callando

honor y remedio espere.

Si no he de decir quién soy

a Astolfo, y él llega a verme,

¿cómo he de disimular?

Pues aunque fingirlo intenten

la voz, la lengua y los ojos,

les dirá el alma que mienten.

¿Qué haré? ¿Mas para qué estudio

lo que haré, si es evidente

que por más que lo prevenga,

que lo estudie y que lo piense,

en llegando la ocasión

ha de hacer lo que quisiere

el dolor? Porque ninguno

imperio en sus penas tiene.

Y pues a determinar

lo que he de hacer no se atreve

el alma, llegue el dolor

hoy a su término, llegue

la pena a su extremo, y salga

de dudas y pareceres

de una vez; pero hasta entonces

valedme, Cielos, valedme.

 

ESCENA XIV

 

(Sale Astolfo con el retrato.)

 

ASTOLFO: Este es, señora, el retrato;

mas… ¡ay Dios!

 

ROSAURA: ¿Qué se suspende

vuestra alteza? ¿Qué se admira?

 

ASTOLFO: De oírte, Rosaura, y verte.

 

ROSAURA: ¿Yo Rosaura? Hase engañado

vuestra alteza, si me tiene

por otra dama; que yo

soy Astrea, y no merece

mi humildad tan grande dicha

que esa turbación le cueste.

 

ASTOLFO: Basta, Rosaura, el engaño,

porque el alma nunca miente,

y aunque como a Astrea te mire,

como a Rosaura te quiere.

 

ROSAURA: No he entendido a vuestra alteza,

y así, no sé responderle;

solo lo que yo diré

es que Estrella (que lo puede

ser de Venus) me mandó

que en esta parte le espere,

y de la suya le diga

que aquel retrato me entregue,

que está muy puesto en razón,

y yo misma se lo lleve.

Estrella lo quiere así,

porque aun las cosas más leves,

como sean en mi daño,

es Estrella quien las quiere.

 

ASTOLFO: Aunque más esfuerzos hagas,

¡oh, qué mal, Rosaura, puedes

disimular! Di a los ojos

que su música concierten

con la voz, porque es forzoso

que desdiga y que disuene

tan destemplado instrumento,

que ajustar y medir quiere

la falsedad de quien dice

con la verdad de quien siente.

 

ROSAURA: Ya digo que solo espero

el retrato.

 

ASTOLFO: Pues que quieres

llevar al fin el engaño,

con él quiero responderte.

Dirásle, Astrea, a la Infanta

que yo la estimo de suerte

que, pidiéndome un retrato,

poca fineza parece

enviársele; y así,

porque le estime y le precie,

le envío el original:

y tú llevársele puedes,

pues ya le llevas contigo,

como a ti misma te lleves.

 

ROSAURA: Cuando un hombre se dispone,

restado, altivo y valiente,

a salir con una empresa,

aunque por trato le entreguen

lo que valga más, sin ella

necio y desairado vuelve.

Yo vengo por un retrato,

y aunque un original lleve,

que vale más, volveré

desairada; y así, déme

vuestra alteza ese retrato,

que sin él no he de volverme.

 

ASTOLFO: Pues ¿cómo, si no he de darle,

le has de llevar?

 

ROSAURA: Desta suerte.

Suéltale, ingrato. (Trata de quitárselo.)

 

ASTOLFO: Es en vano.

 

ROSAURA: ¡Vive Dios que no ha de verse

en manos de otra mujer!

 

ASTOLFO: Terrible estás.

 

ROSAURA: Y tú aleve.

 

ASTOLFO: Ya basta, Rosaura mía.

 

ROSAURA: ¿Yo tuya? Villano, mientes.

 

ESCENA XV

 

(Sale Estrella.)

 

ESTRELLA: Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?

 

ASTOLFO: (Aparte.) Aquesta es Estrella.

 

ROSAURA: (Aparte.) Déme

para cobrar mi retrato,

ingenio el amor.

(A Estrella.) Si quieres

saber lo que es, yo, señora,

te lo diré.

 

ASTOLFO: (Aparte, a Rosaura.) ¿Qué pretendes?

 

ROSAURA: Mandásteme que esperase

aquí a Astolfo, y le pidiese

un retrato de tu parte.

Quedé sola, y como vienen

de unos discursos a otros

las noticias fácilmente,

viéndote hablar de retratos,

con su memoria acordéme

de que tenía uno mío

en la manga. Quise verle,

porque una persona sola

con locuras se divierte.

Cayóseme de la mano

al suelo. Astolfo, que viene

a entregarte el de otra dama,

le levantó, y tan rebelde

está en dar el que le pides

que, en vez de dar uno, quiere

llevar otro. Pues el mío

aun no es posible volverme

con ruegos y persuasiones,

colérica y impaciente

yo se le quise quitar.

Aquel que en la mano tiene

es mío; tú lo verás

con ver si se me parece.

 

ESTRELLA: Soltad, Astolfo, el retrato. (Quítaselo de la mano.)

 

ASTOLFO: Señora...

 

ESTRELLA: No son crueles

a la verdad los matices.

 

ROSAURA: ¿No es mío?

 

ESTRELLA: ¿Qué duda tiene?

 

ROSAURA: Ahora di que te dé el otro.

 

ESTRELLA: Toma tu retrato, y vete.

 

ROSAURA: (Aparte.)

Yo he cobrado mi retrato

venga ahora lo que viniere.

 

(Vase.)

 

ESCENA XVI

 

ESTRELLA: Dadme ahora el retrato vos

que os pedí; que aunque no piense

veros ni hablaros jamás,

no quiero, no, que se quede

en vuestro poder, siquiera

porque yo tan neciamente

lo he pedido.

 

ASTOLFO: (Aparte.) ¿Cómo puedo

salir de lance tan fuerte?

(Alto.) Aunque quiera, hermosa Estrella

servirte y obedecerte,

no podré darte el retrato

que me pides, porque...

 

ESTRELLA: Eres

villano y grosero amante.

No quiero que me le entregues;

porque yo tampoco quiero,

con tomarlo, que me acuerdes

que te lo he pedido yo.

 

(Vase.)

 

ASTOLFO: ¡Oye, escucha, mira, advierte!

¡Válgame Dios por Rosaura!

¿Dónde, cómo o de qué suerte

hoy a Polonia has venido

a perderme y a perderte?

 

(Vase.)

 

ESCENA XVII

 

(Salen Segismundo, como al principio, con pieles y cadenas, en el suelo; Clotaldo, dos criados y Clarín.)

 

CLOTALDO: Aquí le habéis de dejar,

pues hoy su soberbia acaba

donde empezó.

 

UN CRIADO: Como estaba,

 la cadena vuelvo a atar.

 

CLARÍN No acabes de despertar,

Segismundo, para verte

perder; trocada la suerte;

siendo tu gloria fingida

una sombra de la vida

y una llama de la muerte.

 

CLOTALDO: A quien sabe discurrir

así, es bien que se prevenga

una estancia donde tenga

harto lugar de argüir.

(A los Criados.) Este es al que habéis de asir

y en ese cuarto encerrar.

(Señalando la pieza inmediata.)

 

CLARÍN: ¿Por qué a mí?

 

CLOTALDO: Porque ha de estar

guardado en prisión tan grave

Clarín que secretos sabe,

donde no pueda sonar.

 

CLARÍN: ¿Yo, por dicha, solicito

dar muerte a mi padre? No.

¿Arrojé del balcón yo

al Ícaro de poquito?

¿Yo muero ni resucito?

¿Yo sueño o duermo? ¿A qué fin

me encierran?

 

CLOTALDO: Eres Clarín.

 

CLARÍN: Pues yo digo que seré

corneta, y que callaré,

que es instrumento rüin.

 

(Llévanle.)

 

ESCENA XVIII

 

(Sale Basilio, rebozado.)

 

BASILIO: ¿Clotaldo?

 

CLOTALDO: Señor, ¿así

viene vuestra majestad?

 

BASILIO: La necia curiosidad

de ver lo que pasa aquí

a Segismundo, ¡ay de mí!,

deste modo me ha traído.

 

CLOTALDO: Mírale allí reducido

a su miserable estado.

 

BASILIO: ¡Ay, príncipe desdichado,

y en triste punto nacido!

Llega a despertarle, ya

que fuerza y vigor perdió

con el opio que bebió.

 

CLOTALDO: Inquieto, señor, está

y hablando.

 

BASILIO: ¿Qué soñará

ahora? Escuchemos, pues.

 

SEGISMUNDO: (En sueños.) Piadoso príncipe es

el que castiga tiranos.

Clotaldo muera a mis manos;

mi padre bese mis pies.

 

CLOTALDO: Con la muerte me amenaza.

 

BASILIO: A mí con rigor y afrenta.

 

CLOTALDO: Quitarme la vida intenta.

 

BASILIO: Rendirme a sus plantas traza.

 

SEGISMUNDO: (En sueños.) Salga a la anchurosa plaza

del gran teatro del mundo

este valor sin segundo;

porque mi venganza cuadre,

vean triunfar de su padre

al príncipe Segismundo.

(Despierta.) Mas ¡ay de mí!, ¿dónde estoy?

 

BASILIO: Pues a mí no me ha de ver.

(A Clotaldo.) Ya sabes lo que has de hacer.

Desde allí a escucharle voy

 

(Retírase.)

 

SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura? ¿Soy

el que preso y aherrojado

llego a verme en tal estado?

¿No sois mi sepulcro vos,

torre? Sí. ¡Válgame Dios,

qué de cosas he soñado!

 

CLOTALDO: (Aparte.) A mí me toca llegar

a hacer la deshecha ahora.

(Alto.) ¿Es ya de despertar hora?

 

SEGISMUNDO: Sí, hora es ya de despertar.

 

CLOTALDO: ¿Todo el día te has de estar

durmiendo? ¿Desde que yo

al águila que voló

con tardo vuelo seguí,

y te quedaste tú aquí,

nunca has despertado?

 

SEGISMUNDO: No,

ni aun agora he despertado;

que según, Clotaldo, entiendo,

todavía estoy durmiendo,

y no estoy muy engañado;

porque si ha sido soñado

lo que vi palpable y cierto,

lo que veo será incierto;

y no es mucho que rendido,

pues veo estando dormido

que sueñe estando despierto.

 

CLOTALDO: Lo que soñaste me di.

 

SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue,

no diré lo que soñé;

lo que vi, Clotaldo, sí.

Yo desperté, y yo me vi

(¡qué crueldad tan lisonjera!)

en un lecho que pudiera,

con matices y colores,

ser el catre de las flores

que tejió la primavera.

Aquí mil nobles rendidos

a mis pies nombre me dieron

de su príncipe, y sirvieron

galas, joyas y vestidos.

La calma de mis sentidos

tú trocaste en alegría,

diciendo la dicha mía;

que, aunque estoy desta manera,

príncipe en Polonia era.

 

CLOTALDO: Buenas albricias tendría.

 

SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor,

con pecho atrevido y fuerte,

dos veces te daba muerte.

 

CLOTALDO: ¿Para mí tanto rigor?

 

SEGISMUNDO: De todos era señor,

y de todos me vengaba.

Solo a una mujer amaba…

que fue verdad, creo yo,

en que todo se acabó,

y esto solo no se acaba.

 

(Vase el Rey.)

 

CLOTALDO: (Aparte.) Enternecido se ha ido el rey

de haberle escuchado.

(Alto.) Como habíamos hablado

de aquella águila, dormido,

tu sueño imperioso ha sido;

mas en sueños fuera bien

entonces honrar a quien

te crió en tantos empeños,

Segismundo, que aun en sueños

no se pierde el hacer bien.

 

(Vase.)

 

ESCENA XIX

 

SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos

esta fiera condición,

esta furia, esta ambición,

por si alguna vez soñamos;

y sí haremos, pues estamos

en mundo tan singular,

que el vivir solo es soñar;

y la experiencia me enseña

que el hombre que vive, sueña

lo que es, hasta despertar.

Sueña el rey que es rey, y vive

con este engaño mandando,

disponiendo y gobernando;

y este aplauso que recibe

prestado, en el viento escribe,

y en cenizas le convierte

la muerte (¡desdicha fuerte!);

¿qué hay quien intente reinar

viendo que ha de despertar

en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,

que más cuidados le ofrece;

sueña el pobre que padece

su miseria y su pobreza;

sueña el que a medrar empieza,

sueña el que afana y pretende,

sueña el que agravia y ofende,

y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,

aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí,

destas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño;

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

 

JORNADA TERCERA

 

ESCENA I

 

(Sale Clarín.)

 

CLARÍN: En una encantada torre,

por lo que sé, vivo preso.

¿Qué me harán por lo que ignoro,

si por lo que sé me han muerto?

¡Que un hombre con tanta hambre

viniese a morir viviendo!

Lástima tengo de mí.

Todos dirán: «Bien lo creo»,

y bien se puede creer,

pues para mí este silencio

no conforma con el nombre

Clarín, y callar no puedo.

Quien me hace compañía

aquí, si a decirlo acierto,

son arañas y ratones.

¡Miren qué dulces jilgueros!

De los sueños desta noche

la triste cabeza tengo

llena de mil chirimías,

de trompetas y embelecos.

de procesiones, de cruces,

de disciplinantes; y estos,

unos suben, otros bajan,

unos se desmayan viendo

la sangre que llevan otros;

mas yo, la verdad diciendo,

más guardado que un domingo

en esta cárcel me veo,

y más aciago que un martes,

donde ni como ni bebo,

porque aquí todos los días

al filósofo parezco

Nicomedes, y de noches

soy el concilio Niceno.

Clarín de Noruega soy,

si llaman santo al secreto,

y santo que es de guardar

como un calendario nuevo.

San Secreto es para mí,

cuando guardarle profeso.

se hace día de trabajo,

pues le ayuno y no le huelgo;

aunque está bien merecido

el castigo que padezco,

pues callé siendo criado,

que es el mayor sacrilegio.

 

ESCENA II

 

(Ruido de cajas y clarines y voces dentro.)

 

SOLDADOS: Esta es la torre en que está.

Echad la puerta en el suelo:

entrad todos.

 

CLARÍN: ¡Vive Dios,

que a mí me buscan es cierto;

pues me dicen, que aquí estoy!

¿Qué me querrán?

 

SOLDADO 1°: Entrad dentro.

 

(Salen varios soldados.)

 

SOLDADO 2°: Aquí está.

 

CLARÍN: No está.

 

TODOS LOS SOLDADOS: Señor...

 

CLARÍN: (Aparte.) ¿Si vienen borrachos estos?

 

SOLDADO 1°: Tú nuestro príncipe eres;

ni admitimos ni queremos

sino al señor natural,

y no príncipe extranjero.

A todos nos da los pies.

 

LOS SOLDADOS: ¡Viva el gran príncipe nuestro!

 

CLARÍN: (Aparte.) ¡Vive Dios, que va de veras!

¿Si es costumbre en este reino

prender uno cada día

y hacerle príncipe, y luego

volverle a la torre? Sí,

pues cada día lo veo;

fuerza es hacer mi papel.

 

SOLDADOS: Danos tus plantas.

 

CLARÍN: No puedo,

porque las he menester

para mí, y fuera defecto

ser príncipe desplantado.

 

SOLDADO 2°: Todos a tu padre mesmo

le dijimos que a ti solo

por príncipe conocemos,

no al de Moscovia.

 

CLARÍN: ¿A mi padre

le perdisteis el respeto?

Sois unos tales por cuales.

 

SOLDADO 1°: Fue lealtad de nuestro pecho.

 

CLARÍN: Si fue lealtad, yo os perdono.

 

SOLDADO 2°: Sal a restaurar tu imperio.

¡Viva Segismundo!

 

TODOS: ¡Viva!

 

CLARÍN: (Aparte.) ¿Segismundo dicen? Bueno.

Segismundos llaman todos

los príncipes contrahechos.

 

ESCENA III

 

(Sale Segismundo.)

 

SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo?

 

CLARÍN: (Aparte.) ¡Mas que soy príncipe huero!

 

SOLDADO 1°: ¿Quién es Segismundo?

 

SEGISMUNDO: Yo.

 

SOLDADO 2°: (A Clarín) Pues ¿cómo, atrevido y necio,

tú te hacías Segismundo?

 

CLARÍN: ¿Yo Segismundo? Eso niego;

vosotros fuisteis los que

me segismundasteis; luego

vuestra ha sido solamente

necedad y atrevimiento.

 

SOLDADO 1°: Gran príncipe Segismundo

(que las señas que traemos

tuyas son, aunque por fe

te aclamamos señor nuestro),

tu padre, el gran rey Basilio,

temeroso que los Cielos

cumplan un hado, que dice

que ha de verse a tus pies puesto,

vencido de ti, pretende

quitarte acción y derecho

y dársela a Astolfo, duque

de Moscovia. Para esto

juntó su corte, y el vulgo,

penetrando ya y sabiendo

que tiene rey natural,

no quiere que un extranjero

venga a mandarle. Y así,

haciendo noble desprecio

de la inclemencia del hado,

te ha buscado donde preso

vives, para que, asistido

de tus armas, y saliendo

desta torre a restaurar

tu imperial corona y cetro,

se la quites a un tirano.

Sal, pues, que en ese desierto

ejército numeroso

de bandidos y plebeyos

te aclama: la libertad

te espera; oye sus acentos.

 

VOCES: ¡Viva Segismundo, viva!

 

SEGISMUNDO: (Dentro.) ¿Otra vez (¡qué es esto, Cielos!)

queréis que sueñe grandezas

que ha de deshacer el tiempo?

¿Otra vez queréis que vea

entre sombras y bosquejos

la majestad y la pompa

desvanecida del viento?

¿Otra vez queréis que toque

el desengaño o el riesgo

a que el humano poder

nace humilde y vive atento?

Pues no ha de ser, no ha de ser.

Miradme otra vez sujeto

a mi fortuna. Y pues sé

que toda esta vida es sueño,

idos, sombras, que fingís

hoy a mis sentidos muertos

cuerpo y voz, siendo verdad

que ni tenéis voz ni cuerpo;

que no quiero majestades

fingidas, pompas no quiero

fantásticas, ilusiones

que al soplo menos ligero

del aura han de deshacerse,

bien como el florido almendro,

que por madrugar sus flores,

sin aviso y sin consejo,

al primer soplo se apagan,

marchitando y desluciendo

de sus rosados capullos

belleza, luz y ornamento.

Ya os conozco, ya os conozco,

y sé que os pasa lo mesmo

con cualquiera que se duerme.

Para mí no hay fingimientos;

que, desengañado ya,

sé bien que la vida es sueño.

 

SOLDADO 2°: Si piensas que te engañamos,

vuelve a ese monte soberbio

los ojos, para que veas

la gente que aguarda en ellos

para obedecerte.

 

SEGISMUNDO: Ya

otra vez, vi aquesto mesmo

tan clara y distintamente

como ahora lo estoy viendo,

y fue sueño.

 

SOLDADO 2°: Cosas grandes

siempre, gran señor, trujeron

anuncios; y esto sería,

si lo soñaste primero.

 

SEGISMUNDO: Dices bien, anuncio fue;

y caso que fuese cierto,

pues que la vida es tan corta,

soñemos, alma, soñemos

otra vez; pero ha de ser

con atención y consejo

de que hemos de despertar

deste gusto al mejor tiempo;

que llevándolo sabido,

será el desengaño menos;

que es hacer burla del daño

adelantarle el consejo.

Y con esta prevención

de que cuando fuese cierto,

es todo el poder prestado

y ha de volverse a su dueño,

atrevámonos a todo.

Vasallos, yo os agradezco

la lealtad; en mí lleváis

quien os libre, osado y diestro,

de extranjera esclavitud.

Tocad el arma, que presto

veréis mi inmenso valor.

Contra mi padre pretendo

tomar armas, y sacar

verdaderos a los Cielos.

Presto he de verle a mis plantas….

(Aparte.) Mas si antes desto despierto.

¿no será bien no decirlo,

supuesto que no he de hacerlo?

 

TODOS: ¡Viva Segismundo, viva!

 

ESCENA IV

 

(Sale Clotaldo.)

 

CLOTALDO: ¿Qué alboroto es este, Cielos?

 

SEGISMUNDO: Clotaldo.

 

CLOTALDO: Señor... (Aparte.) En mí

su rigor prueba.

 

CLARÍN: (Aparte.) Yo apuesto

que le despeña del monte.

 

(Vase.)

 

CLOTALDO: A tus reales plantas llego,

ya sé que a morir.

 

SEGISMUNDO: Levanta,

levanta, padre, del suelo;

que tú has de ser norte y guía

de quien fíe mis aciertos;

que ya sé que mi crianza

a tu mucha lealtad debo.

Dame los brazos.

 

CLOTALDO: ¿Qué dices?

 

SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero

obrar bien, pues no se pierde

obrar bien, aun entre sueños.

 

CLOTALDO: Pues, señor, si el obrar bien

es ya tu blasón, es cierto

que no te ofenda el que yo

hoy solicite lo mesmo.

¿A tu padre has de hacer guerra?

Yo aconsejarte no puedo

contra mi rey, ni valerte.

A tus plantas estoy puesto,

dame la muerte.

 

SEGISMUNDO: ¡Villano!

(Aparte.) suframos el sentimiento;

que aunque la muerte le diera

mi cólera, considero

que es leal, y no merece

muerte un hombre por serlo.

¡Oh, cuántas iras me ataja

esta rienda! ¡Oh, este freno

de ver que he de despertar

y hallarme sin todo esto!

 

SOLDADO 2°: Esas finezas, Clotaldo,

más son bárbaros desprecios

del bien común; los leales

somos los que pretendemos

que nos gobierne quien es

natural príncipe nuestro.

 

CLOTALDO: Aquesa lealtad viniera

muy bien después del rey muerto;

mas, viviendo el rey, el rey

es solo absoluto dueño;

y no hay disculpa de haber

tomado contra su imperio

sus armas vasallos suyos.

 

SOLDADO 1°: Presto, Clotaldo, veremos

a quién vale esa lealtad.

 

CLOTALDO: Tenerla es el mayor premio.

 

SEGISMUNDO: ¡Ya basta!

 

CLOTALDO: Señor…

 

SEGISMUNDO: Clotaldo,

Si os parece esto lo cierto,

idos a servir al rey,

vos leal, prudente y cuerdo;

pero no arguyáis a nadie

si es bien hecho o mal hecho

que todos tienen honor.

 

CLOTALDO: Humilde tus plantas beso.

 

(Vase.)

 

SEGISMUNDO: Vosotros, tocad el arma

y marchad en buen concierto.

Caminad hacia el Palacio.

 

TODOS: ¡Viva el gran príncipe nuestro!

 

SEGISMUNDO: A reinar, fortuna, vamos;

no me despiertes si duermo,

y si es verdad, no me duermas.

Mas, sea verdad o sueño,

obrar bien es lo que importa:

si fuere verdad, por serlo;

si no, por ganar amigos

para cuando despertemos.

 

(Vanse, tocando cajas.)

 

ESCENA V

 

[Salón del Palacio Real.]

 

(Salen Basilio y Astolfo.)

 

BASILIO: ¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente

la furia de un caballo desbocado?

¿Quién detener de un río la corriente

que corre al mar, soberbio y despeñado?

¿Quién un peñasco suspender valiente

de la cima de un monte, desgajado?

Pues todo fácil de parar se mira,

Más de un vulgo la soberbia ira.

Dígalo en bandos el rumor partido,

pues se oye resonar en lo profundo

de los montes el eco repetido,

unos, «¡Astolfo!», y otros, «¡Segismundo!».

El dosel de la jura, reducido

a segunda intención, a horror segundo,

teatro funesto es, donde importuna

representa tragedias la fortuna.

 

ASTOLFO: Señor, suspéndase hoy tanta alegría,

cese el aplauso y gusto lisonjero

que tu mano feliz me prometía;

que si Polonia (a quien mandar espero)

hoy se resiste a la obediencia mía,

es porque la merezca yo primero.

Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,

rayo descienda el que blasona trueno.

 

(Vase.)

 

BASILIO: Poco reparo tiene lo infalible,

y mucho riesgo lo previsto tiene;

si ha de ser, la defensa es imposible,

que quien la excusa más, más la previene.

¡Dura ley!, ¡fuerte caso!, ¡horror terrible!

Quien piensa huir el riesgo, al riesgo viene;

con lo que yo guardaba me he perdido;

yo mismo, yo mi patria he destruido.

 

ESCENA VI

 

(Sale Estrella.)

 

ESTRELLA: Si tu presencia, gran señor, no trata

de enfrenar el tumulto sucedido,

que de uno en otro bando se dilata

por las calles y plazas dividido,

verás tu reino en ondas de escarlata

nadar, entre la púrpura teñido

de su sangre, que ya con triste modo

todo es desdichas y tragedias todo.

Tanta es la ruina de tu imperio, tanta

la fuerza del rigor duro, sangriento,

que visto admira y escuchado espanta.

El sol se turba y se embaraza el viento,

cada piedra una pirámide levanta,

y cada flor construye un monumento,

cada edificio es un sepulcro altivo,

cada soldado, un esqueleto vivo.

 

ESCENA VII

 

(Sale Clotaldo.)

 

CLOTALDO: ¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego!

 

BASILIO: Clotaldo, pues ¿qué hay de Segismundo?

 

CLOTALDO: Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,

la torre penetró, y de lo profundo

della sacó su príncipe, que luego

que vio segunda vez su honor segundo,

valiente se mostró, diciendo fiero

que ha de sacar al Cielo verdadero.

 

BASILIO: Dadme un caballo, porque yo en persona

vencer valiente a un hijo ingrato quiero;

y en la defensa ya de mi corona,

lo que la ciencia erró, venza el acero.

 

(Vase.)

 

ESTRELLA: Pues yo al lado del sol seré Belona.

Poner mi nombre junto al tuyo espero;

que he de volar sobre tendidas alas

a competir con la deidad de Palas.

 

(Vase y tocan al arma.)

 

ESCENA VIII

 

(Sale Rosaura y detiene a Clotaldo.)

 

ROSAURA: Aunque el valor que se encierra

en tu pecho desde allí

da voces, óyeme a mí,

que yo sé que todo es guerra.

Bien sabes que yo llegué

pobre, humilde y desdichada

a Polonia, y amparada

de tu valor, en ti hallé

piedad; mandásteme (¡ay Cielos!)

que disfrazada viviese

en Palacio, y pretendiese,

disimulando mis celos,

guardarme de Astolfo. En fin

él me vio, y tanto atropella

mi honor, que viéndome, a Estrella

de noche habla en un jardín.

Déste la llave he tomado,

y te podrá dar lugar

de que en él puedas entrar

a dar fin a mi cuidado.

Aquí altivo, osado y fuerte,

volver por mi honor podrás,

pues que ya resuelto estás

a vengarme con su muerte.

 

CLOTALDO: Verdad es que me incliné,

desde el punto que te vi,

a hacer, Rosaura, por ti

(testigo tu llanto fue)

cuanto mi vida pudiese.

Lo primero que intenté

quitarte aquel traje fue,

porque, si acaso, te viese,

Astolfo en tu propio traje,

sin juzgar a liviandad

la loca temeridad

que hace del honor ultraje.

En este tiempo trazaba

cómo cobrar se pudiese

tu honor perdido, aunque fuese

(tanto tu honor me arrastaba)

dando muerte a Astolfo. ¡Mira

qué caduco desvarío!

Si bien, no siendo rey mío,

ni me asombra ni me admira.

Darle pensé muerte, cuando

Segismundo pretendió

dármela a mí, y él llegó,

su peligro atropellando,

a hacer en defensa mía

muestras de su voluntad,

que fueron temeridad,

pasando de valentía.

Pues, ¿cómo ahora, advierte,

teniendo alma agradecida,

a quien me ha dado la vida

le tengo que dar la muerte?

Y así, entre los dos partido

el afecto y el cuidado,

viendo que a ti te la he dado

y que dél la he recibido,

no sé a qué parte acudir,

no sé qué parte ayudar;

si a ti me obligué con dar,

dél lo estoy con recibir.

Y así, en la acción que se ofrece,

nada a mi amor satisface,

porque soy persona que hace

y persona que padece.

 

ROSAURA: No tengo que prevenir

que en un varón singular,

cuanto es noble acción el dar.

es bajeza el recibir.

Y este principio asentado,

no has de estarle agradecido,

supuesto que si él ha sido

el que la vida te ha dado,

y tú a mí, evidente cosa

es que él forzó su nobleza

a que hiciese una bajeza,

y yo una acción generosa.

Luego estás dél ofendido,

luego estás de mí obligado.

Supuesto que a mí me has dado

lo que dél has recibido;

y así debes acudir

a mi honor en riesgo tanto,

pues yo le prefiero, cuanto

va de dar a recibir.

 

CLOTALDO: Aunque la nobleza vive

de la parte del que da,

el agradecerla está

de parte del que recibe.

Y pues ya dar he sabido,

ya tengo con nombre honroso

el nombre de generoso;

déjame el de agradecido,

pues le puedo conseguir

siendo agradecido, cuanto

liberal, pues honra tanto

el dar como el recibir.

 

ROSAURA: De ti recibí la vida,

y tú mismo me dijiste,

cuando la vida me diste,

que la que estaba ofendida

no era vida; luego yo

nada de ti he recibido,

pues vida no vida ha sido

la que tu mano me dio.

Y si debes ser primero

liberal que agradecido

(como de ti mismo he oído),

que me des la vida espero,

que no me la has dado, y pues

el dar engrandece más,

si antes liberal, serás

agradecido después.

 

CLOTALDO: Vencido de tu argumento,

antes liberal seré.

Yo, Rosaura, te daré

mi hacienda, y en un convento

vive; que está bien pensado

el medio que solicito;

pues huyendo de un delito,

te recoges a un sagrado;

que cuando desdichas siente

el reino, tan dividido,

no he de ser quien las aumente,

habiendo noble nacido,

no he de ser quien las aumente.

Con el remedio elegido

soy con el reino leal,

soy contigo liberal,

con Astolfo agradecido;

y así escoge el que te cuadre,

quedándose entre los dos,

que no hiciera, ¡vive Dios!,

más, cuando fuera tu padre.

 

ROSAURA: Cuando tú mi padre fueras,

sufriera esa injuria yo;

pero no siéndolo, no.

 

CLOTALDO: Pues ¿qué es lo que hacer esperas?

 

ROSAURA: Matar al duque.

 

CLOTALDO: ¿Una dama

que padre no ha conocido

tanto valor ha tenido?

 

ROSAURA: Sí.

 

CLOTALDO: ¿Quién te alienta?

 

ROSAURA: Mi fama.

 

CLOTALDO: Mira que a Astolfo has de ver...

 

ROSAURA: Todo mi honor lo atropella.

 

CLOTALDO: Tu rey, y esposo de Estrella.

 

ROSAURA: ¡Vive Dios que no ha de ser!

 

CLOTALDO: Es locura.

 

ROSAURA: Ya lo veo.

 

CLOTALDO: Pues véncela.

 

ROSAURA: No podré.

 

CLOTALDO: Pues perderás...

 

ROSAURA: Ya lo sé.

 

CLOTALDO: ... vida y honor.

 

ROSAURA: Bien lo creo.

 

CLOTALDO: ¿Qué intentas?

 

ROSAURA: Mi muerte.

 

CLOTALDO: Mira

que eso es despecho.

 

ROSAURA: Es honor.

 

CLOTALDO: Es desatino.

 

ROSAURA: Es valor.

 

CLOTALDO: Es frenesí.

 

ROSAURA: Es rabia, es ira.

 

CLOTALDO: En fin, ¿que no se da medio

a tu ciega pasión?

 

ROSAURA: No.

 

CLOTALDO: ¿Quién ha de ayudarte?

 

ROSAURA: Yo.

 

CLOTALDO: ¿No hay remedio?

 

ROSAURA: No hay remedio.

 

CLOTALDO: Piensa bien si hay otros modos...

 

ROSAURA: Perderme de otra manera.

 

(Vase.)

 

CLOTALDO: Pues has de perderte, espera,

hija, y perdámonos todos.

 

(Vase.)

 

ESCENA IX

 

(Sale Segismundo, vestido de pieles; Soldados, marchando; Clarín. Tocan cajas.)

 

SEGISMUNDO: Si este día me viera

Roma en los triunfos de su edad primera,

¡oh, cuánto se alegrara

viendo lograr una ocasión tan rara

de tener una fiera,

que sus grandes ejércitos rigiera!

¡A cuyo altivo aliento

fuera poca conquista el firmamento!

Pero el vuelo abatamos,

Espíritu; no así desvanezcamos

aqueste aplauso incierto,

si ha de pesarme cuando esté despierto

de haberlo conseguido;

pues mientras menos fuere,

menos se sentirá si se perdiere.

 

(Tocan un clarín.)

 

CLARÍN: En un veloz caballo

(perdóname, que fuerza es el pintallo

en viniéndome a cuento),

en quien un mapa se dibuja atento,

pues el cuerpo es la tierra,

el fuego el alma que en el pecho encierra,

la espuma el mar, y el aire es el suspiro,

en cuya confusión un caos admiro,

pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,

monstruo es de fuego, tierra, mar y viento,

de color remendado,

rucio, y a su propósito rodado,

del que bate la espuela

y en vez de correr vuela,

a tu presencia llega

airosa una mujer.

 

SEGISMUNDO: Su luz me ciega.

 

CLARÍN: ¡Vive Dios, que es Rosaura!

 

(Retírase.)

 

SEGISMUNDO: El Cielo a mi presencia la restaura.

 

ESCENA X

 

(Sale Rosaura, con vaquero, espada y daga.)

 

ROSAURA: Generoso Segismundo,

cuya majestad heroica

sale al día de sus hechos

de la noche de sus sombras;

y como el mayor planeta

que en los brazos de la aurora

se restituye luciente

a las flores y a las rosas,

y sobre montes y mares,

cuando coronado asoma,

luz esparce, rayos brilla,

cumbres baña, espumas borda;

así amanezcas al mundo,

luciente sol de Polonia,

que a una mujer infelice,

que hoy a tus plantas se arroja,

ampares por ser mujer

y desdichada: dos cosas

que para obligarle a un hombre

que de valiente blasona,

cualquiera de las dos basta,

de las dos cualquiera sobra.

Tres veces son las que ya

me admiras, tres las que ignoras

quién soy, pues las tres me viste

en diverso traje y forma.

La primera me creíste

varón en la rigurosa

prisión, donde fue tu vida

de mis desdichas lisonja.

La segunda me admiraste

mujer, cuando fue la pompa

de tu majestad un sueño,

una fantasma, una sombra.

La tercera es hoy, que siendo

monstruo de una especie y otra,

entre galas de mujer

armas de varón me adornan.

Y porque compadecido

mejor mi amparo dispongas,

es bien que de mis sucesos

trágicas fortunas oigas.

De noble madre nací

en la corte de Moscovia,

que, según fue desdichada,

debió de ser muy hermosa.

En esta puso los ojos

un traidor, que no le nombra

mi voz por no conocerle,

de cuyo valor me informa

el mío, pues siendo objeto

de su idea, siento ahora

no haber nacido gentil,

para persuadirme loca

a que fue algún dios de aquellos

que en metamorfosis llora

lluvia de oro, cisne y toro,

en Dánae, Leda y Europa.

Cuando pensé que alargaba,

citando aleves historias,

el discurso, hallo que en él

te he dicho en razones pocas

que a mi madre persuadida

a finezas amorosas,

fue, como ninguna, bella,

y fue infeliz como todas.

Aquella necia disculpa

de fe y palabra de esposa

la alcanzó tanto, que aún hoy

el pensamiento la llora;

habiendo sido un tirano

tan Eneas de su Troya,

que la dejó hasta la espada.

Enváinese aquí su hoja,

que yo la desnudaré

antes que acabe la historia.

Deste, pues, mal dado nudo

que ni ata ni aprisiona,

o matrimonio o delito,

si bien todo es una cosa,

nací yo tan parecida,

que fui un retrato, una copia,

ya que en la hermosura no,

en la dicha y en las obras;

y así, no habré menester

decir que poco dichosa

heredera de fortunas,

corrí con ella una propia.

Lo más que podré decirte

de mí es el dueño que roba

los trofeos de mi honor,

los despojos de mi honra.

Astolfo... (¡Ay de mí!, al nombrarle

se encoleriza y se enoja

el corazón, propio efecto

de que enemigo le nombra).

Astolfo fue el dueño ingrato

Que, olvidado de las glorias

(porque en un pasado amor

se olvida hasta la memoria),

vino a Polonia, llamado

de su conquista famosa,

a casarse con Estrella,

que fue de mi ocaso antorcha.

¿Quién creerá que habiendo sido

una estrella quien conforma

dos amantes, sea una Estrella

la que los divida ahora?

Yo ofendida, yo burlada,

quedé triste, quedé loca,

quedé muerta, quedé yo,

que es decir, que quedó toda

la confusión del infierno

cifrada en mi Babilonia;

y declarándome muda

(porque hay penas y congojas

que las dicen los afectos

mucho mejor que la boca),

dije mis penas callando,

hasta que una vez a solas,

Violante, mi madre (¡ay Cielos!)

rompió la prisión, y en tropa

del pecho salieron juntas,

tropezando unas con otras.

No me embaracé en decirlas;

que en sabiendo una persona

que, a quien sus flaquezas cuenta,

ha sido cómplice en otras,

parece que ya le hace

la salva y le desahoga;

que a veces el mal ejemplo

sirve de algo. En fin, piadosa

oyó mis quejas, y quiso

consolarme con las propias:

juez que ha sido delincuente,

¡qué fácilmente perdona!

Escarmentada en sí misma,

y por negar a la ociosa

libertad, al tiempo fácil,

el remedio de su honra,

no le tuvo en mis desdichas;

por mejor consejo toma

que le siga y que le obligue,

con finezas prodigiosas,

a la deuda de mi honor;

y para que a menos costa

fuese, quiso mi fortuna

que en traje de hombre me ponga.

Descuelga una antigua espada,

que es esta que ciño; ahora

es tiempo que se desnude,

como prometí, la hoja,

pues confiada en sus señas

me dijo: «Parte a Polonia,

y procura que te vean

ese acero que te adorna

los más nobles; que en alguno

podrá ser que hallen piadosa

acogida tus fortunas

y consuelos tus congojas.»

Llegué a Polonia, en efecto;

pasemos, pues que no importa

el decirlo, y ya se sabe

que un bruto que se desboca

me llevó a tu cueva, adonde

tú de mirarme te asombras.

Pasemos que allí Clotaldo

de mi parte se apasiona,

que pide mi vida al rey,

que el rey mi vida le otorga,

que informado de quién soy,

me persuade a que me ponga

mi propio traje, y que sirva

a Estrella, donde ingeniosa

estorbe el amor de Astolfo

y el ser Estrella su esposa.

Pasemos que aquí me viste

otra vez confuso, y otra

con el traje de mujer

confundiste entrambas formas.

Y vamos a que Clotaldo,

persuadido a que le importa

que se casen y que reinen

Astolfo y Estrella hermosa,

contra mi honor me aconseja

que la pretensión disponga.

Yo, viendo que tú, ¡oh valiente

Segismundo!, a quien hoy toca

la venganza, pues el Cielo

quiere que la cárcel rompas

de esa rústica prisión,

donde ha sido tu persona

al sentimiento una fiera,

al sufrimiento una roca,

las armas contra tu patria

y contra tu padre tomas,

vengo a ayudarte, mezclando

entre las galas costosas

de Diana, los arneses

de Palas, vistiendo ahora

ya la tela y ya el acero,

que entrambos juntos me adornan.

Ea, pues, fuerte caudillo,

a los dos juntos importa

impedir y deshacer

estas concertadas bodas;

a mí, porque no se case

el que mi esposo se nombra,

y a ti, porque estando juntos

sus dos estados, no pongan

con más poder y más fuerza

en duda nuestra victoria.

Mujer, vengo a persuadirte

el remedio de mi honra,

y varón, vengo a alentarte

a que cobres tu corona.

Mujer, vengo a enternecerte

cuando a tus plantas me ponga,

y varón, vengo a servirte

con mi acero y mi persona.

Mujer, vengo a que me valgas

en mi agravio y mi congoja,

y varón, vengo a valerte

con mi acero y mi persona.

Y así piensa que si hoy

como a mujer me enamoras,

como varón te daré

la muerte en defensa honrosa

de mi honor; porque he de ser,

en su conquista, amorosa,

mujer para darte quejas,

varón para ganar honras.

 

SEGISMUNDO: (Aparte.) Cielos, si es verdad que sueño

suspendedme la memoria,

que no es posible que quepan

en un sueño tantas cosas.

¡Válgame Dios, quién supiera,

o saber salir de todas,

o no pensar en ninguna!

¿Quién vio penas tan dudosas?

Si soñé aquella grandeza

en que me vi, ¿cómo ahora

esta mujer me refiere

unas señas tan notorias?

Luego fue verdad, no sueño;

y si fue verdad (que es otra

confusión y no menor),

¿cómo mi vida le nombra

sueño? Pues ¿tan parecidas

a los sueños son las glorias

que las verdaderas son

tenidas por mentirosas,

y las fingidas por ciertas?

¿Tan poco hay de unas a otras

que hay cuestión sobre saber

si lo que se ve y se goza

es mentira o es verdad?

¿Tan semejante es la copia

al original, que hay duda

en saber si es ella propia?

Pues si es así, y ha de verse

desvanecida entre sombras

la grandeza y el poder,

la majestad y la pompa,

sepamos aprovechar

este rato que nos toca,

pues solo se goza en ella

lo que entre sueños se goza.

Rosaura está en mi poder,

su hermosura el alma adora.

Gocemos, pues, la ocasión;

el amor las leyes rompa

del valor y confianza

con que a mis plantas se postra.

Esto es sueño; y pues lo es,

soñemos dichas ahora,

que después serán pesares.

Mas ¡con mis razones propias

vuelvo a convencerme a mí!

Si es sueño, si es vanagloria,

¿quién por vanagloria humana

pierde una divina gloria?

¿Qué pasado bien no es sueño?

¿Quién tuvo dichas heroicas

que entre sí no diga, cuando

las revuelve en su memoria:

«sin duda que fue soñado

cuanto vi»? Pues si esto toca

mi desengaño, si sé

que es el gusto llama hermosa

que le convierte en cenizas

cualquiera viento que sopla,

acudamos a lo eterno,

que es la fama vividora,

donde ni duermen las dichas

ni las grandezas reposan.

Rosaura está sin honor;

más a un príncipe le toca

el dar honor, que quitarle.

¡Vive Dios, que de su honra

he de ser conquistador

antes que de mi corona!

Huyamos de la ocasión,

que es muy fuerte.

(Alto, a un Soldado.)

Al arma toca,

que hoy he de dar la batalla

antes que las negras sombras

sepulten los rayos de oro

entre verdinegras ondas.

 

ROSAURA: ¡Señor!, ¿pues así te ausentas?

¿Pues ni una palabra sola

no te debe mi cuidado

ni merece mi congoja?

¿Cómo es posible, señor,

que ni me mires ni oigas?

¿Aun no me vuelves el rostro?

 

SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa,

por ser piadoso contigo,

ser cruel contigo ahora.

No te responde mi voz,

porque mi honor te responda;

no te hablo, porque quiero

que te hablen por mí mis obras;

ni te miro, porque es fuerza,

en pena tan rigurosa,

que no mire tu hermosura

quien ha de mirar tu honra.

 

(Vase, y los Soldados con él.)

 

ROSAURA: (Aparte.) ¿Qué enigmas, Cielos, son estas?

Después de tanto pesar,

¡aún me queda que dudar

con equívocas respuestas!

 

ESCENA XI

 

(Sale Clarín.)

 

CLARÍN: Señora, ¿es hora de verte?

 

ROSAURA: ¡Ay, Clarín! ¿Dónde has estado?

 

CLARÍN: En una torre encerrado,

brujuleando mi muerte

si me da, o si no me da;

y a figura que me diera,

pasante quínola fuera

mi vida; que estuve ya

para dar un estallido.

 

ROSAURA: ¿Por qué?

 

CLARÍN: Porque sé el secreto

de quién eres, y en efecto,

Clotaldo... Pero ¿qué ruido

es este?

 

(Suenan cajas.)

 

ROSAURA: ¿Qué puede ser?

 

CLARÍN: Que del palacio sitiado

sale un escuadrón armado

a resistir y vencer

el del fiero Segismundo.

 

ROSAURA: Pues ¿cómo cobarde estoy,

y ya a su lado no soy

un escándalo del mundo,

cuando ya tanta crueldad

cierra sin orden ni ley?

 

(Vase.)

 

ESCENA XII

 

VOCES DE UNOS: ¡Viva nuestro invicto rey!

 

VOCES DE OTROS: ¡Viva nuestra libertad!

 

CLARÍN: ¡La libertad y el rey vivan!

Vivan muy enhorabuena,

que a mí nada me dé pena,

como en cuenta me reciban;

que yo, apartado este día

en tan grande confusión,

haga el papel de Nerón,

que de nada se dolía.

Si bien me quiero doler

de algo, y ha de ser de mí;

escondido, desde aquí

toda la fiesta he de ver.

El sitio es oculto y fuerte

entre estas peñas. Pues ya

la muerte no me hallará,

dos higas para la muerte.

 

(Escóndese; tocan cajas y suena ruido de armas.)

 

ESCENA XIII

 

(Salen el Rey, Clotaldo y Astolfo, huyendo.)

 

BASILIO: ¿Hay más infelice rey?

¿Hay padre más perseguido?

 

CLOTALDO: Ya tu ejército vencido

baja sin sitio ni ley.

 

ASTOLFO: Los traidores, vencedores

quedan.

 

BASILIO: En batallas tales

los que vencen son leales,

los vencidos, los traidores.

Huyamos, Clotaldo, pues,

del cruel, del inhumano

rigor de un hijo tirano.

 

(Disparan dentro, y cae Clarín, herido de donde está.)

 

CLARÍN: ¡Válgame el cielo!

 

ASTOLFO: ¿Quién es

este infelice soldado,

que a nuestros pies ha caído

en sangre todo teñido?

 

CLARÍN: Soy un hombre desdichado,

que, por quererme guardar

de la muerte, la busqué.

Huyendo della, encontré

con ella, pues no hay lugar,

para la muerte secreto;

de donde claro se arguye

de quien más su efeto huye

es quien se llega a su efeto.

Por eso tornad, tornad

a la lid sangrienta luego;

entre las armas y el fuego,

hay mayor seguridad

que en el monte más guardado,

que no hay seguro camino

a la fuerza del Destino

y a la inclemencia del hado.

Y así, aunque a libraros vais

de la muerte con huir,

mirad que vais a morir,

si está de Dios que muráis.

 

(Cae dentro.)

 

BASILIO: ¡Mirad que vais a morir,

si está de Dios que muráis!

¡Qué bien (ay Cielos) persuade

nuestro error, nuestra ignorancia,

a mayor conocimiento

este cadáver que habla

por la boca de una herida,

siendo el humor que desata

sangrienta lengua que enseña

que son diligencias vanas

del hombre cuantas dispone

contra mayor fuerza y causa!

Pues yo, por librar de muertes

y sediciones mi patria,

vine a entregarla a los mismos

de quien pretendí librarla.

 

CLOTALDO: Aunque el hado, señor, sabe

todos los caminos y halla

a quien busca entre lo espeso

de las peñas, no es cristiana

determinación decir

que no hay reparo a su saña.

Sí hay, que el prudente varón

victoria del hado alcanza;

y si no estás reservado

de la pena y la desgracia,

haz por donde te reserves.

 

ASTOLFO: Clotaldo, señor, te habla

como prudente varón

que madura edad alcanza,

yo, como joven valiente;

entre las espesas ramas

de ese monte está un caballo,

veloz aborto del aura;

huye en él, que yo entre tanto

te guardaré las espaldas.

 

BASILIO: Si está de Dios que yo muera,

o si la muerte me aguarda,

aquí, hoy la quiero buscar

esperando, cara a cara.

 

ESCENA XIV

 

(Salen Segismundo, Estrella, Rosaura, Soldados y Acompañamiento.)

 

UN SOLDADO: En lo intrincado del monte,

entre sus espesas ramas,

el rey se esconde.

 

SEGISMUNDO: ¡Seguidle!

No quede en sus cumbres planta

que no examine el cuidado,

tronco a tronco, y rama a rama.

 

CLOTALDO: ¡Huye, señor!

 

BASILIO: ¿Para qué?

 

ASTOLFO: ¿Qué intentas?

 

BASILIO: Astolfo, aparta.

 

CLOTALDO: ¿Qué quieres?

 

BASILIO: Hacer, Clotaldo,

un remedio que me falta.

(A Segismundo.) Si a mí buscándome vas,

ya estoy, príncipe, a tus plantas;

(Arrodillándose.) sea dellas blanca alfombra

esta nieve de mis canas.

Pisa mi cerviz y huella

mi corona; postra, arrastra

mi decoro y mi respeto;

toma de mi honor venganza;

sírvete de mí cautivo;

y tras prevenciones tantas,

cumpla el hado su homenaje,

cumpla el Cielo su palabra.

 

SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia,

que de admiraciones tantas

sois testigos, atended,

que vuestro príncipe os habla.

Lo que está determinado

del Cielo, y en azul tabla

Dios con el dedo escribió,

de quien son cifras y estampas

tantos papeles azules

que adornan letras doradas,

nunca engaña, nunca miente,

porque quien miente y engaña

es quien, para usar mal dellas,

las penetra y las alcanza.

Mi padre, que está presente,

por excusarse a la saña

de mi condición, me hizo

un bruto, una fiera humana;

de suerte, que cuando yo,

por mi nobleza gallarda,

por mi sangre generosa,

por mi condición bizarra,

hubiera nacido dócil

y humilde, solo bastara

tal género de vivir,

tal linaje de crianza,

a hacer fieras mis costumbres;

¡qué buen modo de estorbarlas!

Si a cualquier hombre dijesen:

«Alguna fiera inhumana

te dará muerte», ¿escogiera

buen remedio en despertalla

cuando estuviese durmiendo?

Si dijeran: «Esta espada

que traes ceñida ha de ser

quien te dé la muerte», vana

diligencia de evitarlo

fuera entonces desnudarla

y ponérsela a los pechos.

Si dijesen: «Golfos de agua

han de ser tu sepultura

en monumentos de plata»,

mal hiciera en darse al mar,

cuando soberbio levanta

rizados montes de nieve,

de cristal crespas montañas.

Lo mismo le ha sucedido

que a quien, porque le amenaza

una fiera, la despierta;

que a quien, teniendo una espada

la desnuda, y que a quien mueve

las ondas de una borrasca;

y cuando fuera (escuchadme)

dormida fiera mi saña,

templada espada mi furia,

mi rigor quieta bonanza,

la fortuna no se vence

con injusticia y venganza,

porque antes se incita más;

y así, quien vencer aguarda

a su fortuna, ha de ser

con prudencia y con templanza.

No antes de venir el daño

se reserva ni se guarda

quien le previene; que aunque

puede humilde (cosa es clara)

reservarse dél, no es

sino después que se halla

en la ocasión, porque aquesta

no hay camino de estorbarla.

Sirva de ejemplo este raro

espectáculo, esta extraña

admiración, este horror,

este prodigio, pues nada

es más que llegar a ver,

con prevenciones tan varias,

rendido a mis pies a un padre,

y atropellado a un monarca.

Sentencia del cielo fue;

por más que quiso estorbarla

él, no pudo, ¿y podré yo

que soy menor en las canas,

en el valor y en la ciencia

vencerla?

(Al Rey.) Señor, levanta,

dame tu mano, que ya

que el Cielo te desengaña

de que has errado en el modo

de vencerla, humilde aguarda

mi cuello a que tú te vengues;

rendido estoy a tus plantas.

 

BASILIO: ¡Hijo, que tan noble acción

otra vez en mis entrañas

te engendra, príncipe eres!

A ti el laurel y la palma

se te deben; tú venciste;

corónente tus hazañas.

 

 

TODOS: ¡Viva Segismundo, viva!

 

SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda

mi valor grandes victorias,

hoy ha de ser la más alta

vencerme a mí. Astolfo dé

la mano luego a Rosaura,

pues sabe que de su honor

es deuda, y yo he de cobrarla.

 

ASTOLFO: Aunque es verdad que la debo

obligaciones, repara

que ella no sabe quién es;

y es bajeza y es infamia

casarme yo con mujer...

 

CLOTALDO: No prosigas, tente, aguarda;

porque Rosaura es tan noble

como tú, Astolfo, y mi espada

lo defenderá en el campo;

que es mi hija, y esto basta.

 

ASTOLFO: ¿Qué dices?

 

CLOTALDO: Que yo hasta verla

casada, noble y honrada,

no la quise descubrir.

La historia desto es muy larga;

pero, en fin, es hija mía.

 

ASTOLFO: Pues siendo así, mi palabra

cumpliré.

 

SEGISMUNDO: Pues, porque Estrella

no quede desconsolada,

viendo que príncipe pierde

de tanto valor y fama,

de mi propia mano yo

con esposo he de casarla

que en méritos y fortuna

si no le excede, le iguala.

Dame la mano.

 

ESTRELLA: Yo gano

en merecer dicha tanta.

 

SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal

sirvió a mi padre, le aguardan

mis brazos, con las mercedes

que él pidiere que le haga.

 

UN SOLDADO: Si así a quien no te ha servido

honras, ¿a mí, que fui causa

del alboroto del reino,

y de la torre en que estabas

te saqué, qué me darás?

 

SEGISMUNDO: La torre, y porque no salgas

della nunca, hasta morir,

has de estar allí con guardas;

que el traidor no es menester,

siendo la traición pasada.

 

BASILIO: Tu ingenio a todos admira.

 

ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada!

 

ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente!

 

SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta,

si fue mi maestro un sueño,

y estoy temiendo en mis ansias

que he de despertar y hallarme

otra vez en mi cerrada

prisión? Y cuando no sea,

el soñarlo solo basta;

pues así llegué a saber

que toda la dicha humana,

en fin, pasa como sueño,

y quiero hoy aprovecharla

el tiempo que me durare,

pidiendo de nuestras faltas

perdón, pues de pechos nobles

es tan propio el perdonarlas.

 

CALDERÓN DE LA BARCA