LA LITERATURA ESTADOUNIDENSE EN EL SIGLO XIX

Estados Unidos fue fundada por un grupo de colonos puritanos ingleses, que llegaron a las costas de América del Norte, con una ideología que concebía el triunfo personal como una señal de la gracia divina. Dice Jorge Albistur: “Quien ve su vida coronada por la victoria, es un elegido de Dios. Esta curiosa confianza en una voluntad sagrada de designios indescifrables explica aspectos esenciales de la mentalidad nacional; el “self-made-man” (el hombre que se hace a sí mismo), cuando crea un verdadero culto al éxito está buscando al mismo tiempo una confirmación de la protección divina” (“Literatura del siglo XX”, EBO, Montevideo, 1989).
Esa concepción religiosa tan particular, así como la consolidación del sistema capitalista y la tendencia a la expansión territorial, ya sea por la compra o la conquista directa de territorios de otras naciones, determinará ya en el siglo XIX, el rápido ascenso de los Estados Unidos al rango de gran potencia mundial.
En relación con este rápido crecimiento económico y territorial, en la cultura estadounidense existió, durante mucho tiempo, una marcada tendencia a privilegiar lo práctico y lo material sobre lo bello y lo espiritual. Donde las artes no se asociaban directamente con lo útil, eran consideradas frívolas y cualquier concepto relacionado con la pureza del arte era tomado como “obra del demonio” por el pensamiento puritano imperante.
En la Literatura, dos tendencias se fueron definiendo gradualmente:
1) La que orienta su esfuerzo creativo a la búsqueda de la identidad nacional, rechazando la influencia europea. La Naturaleza juega un papel fundamental en esta vertiente, representada por Walt Whitman en la poesía y por Herman Melville y Mark Twain en la narrativa realista, especialmente en la obra de este último.
2) La que impone el cosmopolitismo, con una marcada atracción por lo europeo, que busca una elaboración poética acorde con una mentalidad más compleja y una cultura más refinada que la anterior, cuyo principal representante es Henry James.

Extraído de:
Prida, Silvia y Casales, Fernando: “El amor, la mujer y la muerte”, Ed. de la Plaza, Montevideo, 2009.