La Edad Media comprende un extenso período de casi diez
siglos (siglo V al XV aproximadamente). Se extiende desde la caída del Imperio
Romano de Occidente en poder de los bárbaros, en el año 476, hasta la toma de
Bizancio o Constantinopla en poder de los turcos, en el año 1453.
La civilización mediterránea antigua, que había encontrado
en el Imperio Romano su expresión política unitaria, entró en el siglo III en
un proceso de debilitamiento. A finales del siguiente, la apariencia de unidad se
rompió. En el año 395, el emperador Teodosio legó a sus hijos un imperio
dividido en dos partes: el de Oriente, con capital en la ciudad de
Constantinopla, y el de Occidente, con capital en Rávena. Unos dos siglos y
medio después, la aparición del Islam como tercer protagonista en el espacio
circunmediterráneo quedó revalidada por una serie de rápidas conquistas en el
Oriente Próximo y el norte de África. Hacia el año 750, la vieja unidad de la
civilización mediterránea antigua había dejado paso definitivamente a tres
áreas económicas, políticas y culturales dotadas de progresiva individualidad:
el Occidente latino, el Imperio de Bizancio y el Islam.
La Edad Media fue
considerada durante muchos años como una época de barbarie, de oscurantismo, de
retroceso. Sin embargo, en la actualidad, se ha realizado una revaloración de
este período y se la considera como una de las épocas más ricas y fecundas de
la historia, admirable por la profundidad de su filosofía, por la visión
orgánica y sistemática de la vida y la belleza de sus producciones artísticas y
literarias.
La Edad Media no es un período estático, sino interiormente
dinámico. Tan es así que podemos dividirla en dos grandes etapas: del siglo V
al X ubicamos lo que se denomina Alta Edad Media, mientras que del X al XV
hablamos de Baja Edad Media.
ALTA
EDAD MEDIA -
Tomando como bloque el primer período es posible hablar de “oscurantismo” en la
medida que el derrumbe de las estructuras del Imperio Romano, la permanente
amenaza de los bárbaros y la supremacía religiosa de un cristianismo que pone
énfasis en la vida ultraterrenal, traen aparejados la imagen de un hombre
culpable por el hecho de ser tal, abrumado por la evidencia del fin del mundo y
su casi inevitable perdición.
En el plano de la teología es de destacar el pensamiento de
San Agustín (siglo V), quien ve la evolución de la historia humana como una
manifestación de la voluntad de Dios: todo lo que ha sucedido o sucederá no es
más que una manifestación de un plan divino. El hombre, ser imperfecto por naturaleza,
es, para este pensador, salvado únicamente por la gracia divina que elige para
estos fines solo a unos pocos, mientras la inmensa mayoría será condenada a las
llamas del infierno.
En el plano intelectual esta época se caracteriza porque en
ella la idea de progreso es completamente desconocida. Tampoco tiene este
período ningún sentido para el valor de lo nuevo. Busca, más bien, conservar
fielmente lo antiguo y lo tradicional. Es esta una época tranquila, segura de
sí misma, robusta en su fe, que no duda de la validez de su concepción de la
verdad ni de sus leyes morales, que no conoce ningún conflicto del espíritu ni
ningún problema de conciencia, que no siente deseos de novedad ni se cansa de
lo viejo.
Sobre el fin de este período y como coronación del espíritu
del mismo, se impone en arquitectura el estilo románico, las llamadas
“fortalezas de Dios”, edificaciones caracterizadas por su pesadez, sus gruesas
paredes, sus escasas aberturas que impiden el contacto con el exterior, hablan
de un hombre encerrado, temeroso de lo externo y agobiado por la presencia de
un dios distante y duro.
BAJA
EDAD MEDIA - Un
renacer en todos los planos de la actividad humana se afirma decididamente en
Europa alrededor del año 950. Hubo multiplicidad de cambios: las ciudades, las
grandes ausentes del período anterior, comienzan a resurgir y vuelven a ser el
lugar de encuentro y de puesta en contacto con el mundo; se dan los comienzos
de una economía monetaria y mercantil, aumenta la producción tanto de productos
agrícolas como manufacturados, los caminos se animan y comienzan a llenarse de
mercaderes y viajeros, las clases altas descubren el placer de aparentar, de
brillar en los acontecimientos mundanos, y el lujo en el vestido, en la mesa o
en la ornamentación de la casa comienza a ser un signo de poder y una forma de
disfrute de lo terrenal y cotidiano.
La Iglesia acompaña el movimiento procurando disciplinar su
clero y la actividad de los laicos. La visión de la divinidad cambia y ahora el
hombre se siente protegido por un amoroso ser superior al cual puede llegar a
través de la invocación de los santos o de la virgen. Si mencionamos a San
Agustín como representante del pensamiento religioso del primer período,
debemos hacer ahora lo mismo con Santo Tomás de Aquino, quien manifestaba su
confianza en la posibilidad del hombre de comprender las verdades mediante la
razón y planteaba el destino de la salvación de los mortales, confiando en un
racional plan divino dirigido a tales fines.
En el plano de la educación, el avance es notable y esta
actividad, que se va independizando lentamente del poder de la Iglesia, es
reflejo y también promotora de grandes cambios; ya en el siglo XII tenemos las
universidades de Bolonia y París que constituyen centros valiosos para la enseñanza
profesional del Derecho, la Medicina y la Teología.
En arquitectura la aparición del estilo gótico da lugar al
cambio más profundo de la historia del arte moderno; la catedral ya no se
aferra a la tierra, sino que se lanza a la búsqueda de las alturas con sus
múltiples torres terminadas en agujas, los muros se adelgazan y la luz entra a
raudales. El hombre se yergue nuevamente sobre la tierra y, aunque no olvida la
posibilidad de los castigos del más allá, ahora esta vida lo invita a
disfrutar, se plantea como digna de ser vivida. El culto a la Virgen María pasa
a un primer plano y se la ve como intermediaria ideal entre el hombre y Dios.
El oscurantismo ha dado paso a la luz, la desesperanza a la
fe, la valoración de lo ultraterrenal a la valoración de lo que pertenece a
este mundo.
LA
IGLESIA EN EL MUNDO MEDIEVAL
Durante la Edad Media la importancia de la Iglesia Católica
fue cada vez mayor. La doctrina cristiana se difundió por el continente europeo
y sus principios influyeron de manera decisiva sobre toda la población.
La Iglesia se organizó gradualmente como una monarquía
centralizada bajo la autoridad suprema del Papa, cuyos poderes fueron
haciéndose cada vez mayores. En el siglo XII ejercía la suprema autoridad
eclesiástica: hacía los nombramientos, inspeccionaba el clero y dirigía el
mundo cristiano. En Occidente su poder era indiscutido y aceptado.
La intervención de la Iglesia en la vida de las poblaciones
medievales fue intensa y se realizó a través de distintas actividades. Además
de su acción religiosa, el clero desempeñó un importante papel en la
administración de las ciudades por la colaboración que prestó a los consejos
comunales; realizó, al mismo tiempo, el contralor del estado civil de las
personas por medio de los registros parroquiales donde se inscribían los
nacimientos, los matrimonios, las defunciones y los bautismos.
La Iglesia también tuvo a su cargo la creación y la
dirección de la enseñanza, y gran parte de la administración de justicia. Los
tribunales eclesiásticos eran los únicos en juzgar aquellas causas donde
estaban implicados los clérigos, los huérfanos, los estudiantes y también
aquellos que tenían alguna relación con la Iglesia. Otra de las tareas que tomó
a su cargo la Iglesia fue la asistencia pública; en las ciudades y en los
lugares próximos a los monasterios se construyeron, en el transcurso de los
siglos XII y XIII, centenares de hospitales o Casas de Dios donde se
asistía a los enfermos y se recogía a los indigentes.
LAS
HEREJÍAS Y LA INQUISICIÓN
- Desde sus comienzos, la Iglesia tuvo por misión la pureza de la fe, necesaria
para lograr la salvación.
Las herejías fueron doctrinas que aparecieron dentro de la
Iglesia Católica negando o poniendo en duda algunos de los puntos fundamentales
de la fe. Constituyeron el gran peligro contra el cual hubo de luchar la
Iglesia para evitar la ruptura de la unidad cristiana y la pureza de la
fe.
La Inquisición (de inquirir: investigar) fue una
institución creada por la Iglesia en el año 1231 para reprimir las
herejías.
La investigación sobre la condición de hereje en las
personas estaba en manos de tribunales cuyos miembros eran monjes designados
por el Papa o los obispos. Los juicios que realizaban estos tribunales eran
secretos y se aplicaba la tortura para obtener la confesión del procesado. La
tortura estaba reglamentada en su duración y debían aplicarse sin crear peligro
de muerte o mutilación.
Aquellos a quienes se les comprobaba herejía eran objeto de
penas que variaban según la calidad de la culpa: prisión, peregrinaciones
obligatorias, flagelaciones, confiscaciones de bienes, ayunos, oraciones. Los
herejes reincidentes eran entregados a la autoridad civil, la cual los
condenaba a la muerte en la hoguera.
EL
FEUDALISMO
El Feudalismo, o régimen señorial, fue una nueva
organización de la sociedad que surgió en Europa occidental a principios del
siglo X y se extendió hasta fines de la Edad Media en el siglo XV.
Los historiadores modernos explican la formación del
régimen señorial por una evolución política y económica que se habría impuesto
a causa del estado de inseguridad general provocado por las invasiones
bárbaras. Durante el siglo IX los monarcas europeos no pudieron defender sus
territorios de las invasiones bárbaras debido a la falta de ejércitos permanentes
y de buenas vías de comunicación. Los grandes propietarios asumieron entonces
la protección de sus intereses en forma particular, organizando fuerzas
militares propias y construyendo castillos amurallados. Cada uno se condujo en
su territorio como si fuera un soberano independiente.
Los campesinos y los pequeños propietarios, incapaces de
organizar sus defensas, acostumbraron agruparse alrededor del castillo y
solicitar la protección del señor. Este otorgaba dicho amparo, pero les
exigía la propiedad de sus tierras, ayuda militar y acatamiento de su
poder.
En el aspecto económico se produjo el desmembramiento del
derecho de la propiedad de la tierra y surgieron una serie de relaciones
personales, en donde el que cedía el uso de la tierra era llamado señor
y el que la recibía vasallo. La tierra que una persona recibía de otra
recibió el nombre de feudo.
Debido a esta evolución del vasallaje se implantó, en el
transcurso de los siglos IX y X, el régimen feudal en el que todos los
hombres estuvieron en una situación de dependencia y subordinación entre sí. Esa
jerarquización de los hombres los colocó como tramos de una escalera que
descendía desde el rey hasta el más humilde campesino.
El monarca, propietario inicial de las tierras del reino,
recibía el vasallaje de los principales señores. Los señores estaban
relacionados entre sí por lazos de vasallaje que los jerarquizaban y recibían
el acatamiento directo de los campesinos. Los campesinos solo debían obediencia
al señor y obedecían al rey a través de su señor feudal.
Desde un punto de vista político, el feudalismo se
caracterizó por el debilitamiento del poder del rey que fue ejercido por los
señores.
En el aspecto económico limitó el derecho de propiedad
sobre la tierra y cada feudo fue un centro de producción independiente.
En la organización social se acentuó la dependencia
personal entre los hombres, la diferencia de clases y la preponderancia de una
aristocracia guerrera.
Las obligaciones y los derechos entre los señores y los
vasallos estaban reglamentados en el contrato feudal. Su formalización
exigía dos ceremonias especiales: el homenaje y la investidura. El
homenaje era la ceremonia por la cual el vasallo reconocía su sumisión
al señor. Para ello se colocaba de rodillas, con la cabeza descubierta y las
manos entre las de su señor, a continuación, se declaraba hombre suyo y le
juraba fidelidad. La investidura era la ceremonia por la cual el señor
daba posesión del feudo al vasallo. Para ello acostumbraba entregarle una rama
de árbol o un puñado de tierra que simbolizaban el feudo entregado.
Las principales obligaciones del vasallo eran la ayuda
y el consejo. La ayuda era de carácter militar y económica. La
ayuda militar consistía en la obligación que tenía el vasallo de acompañar al
señor en sus guerras. Esta obligación pudo llegar a exonerarse mediante una
retribución adecuada; con ese importe el señor obtenía los servicios de
soldados mercenarios. La ayuda económica consistía principalmente en colaborar
en el pago del rescate del señor si este era tomado prisionero, en contribuir a
la dote del casamiento de la hija mayor y al equipo del primogénito, cuando era
armado caballero. El consejo determinaba que el vasallo debía asistir a
las deliberaciones y asambleas a que lo invitase su señor.
Las obligaciones del señor consistían en los servicios de protección
y de justicia. Si el vasallo era molestado o perjudicado, el señor debía
reunir la corte feudal e imponer justicia; cuando este procedimiento no era
suficiente, el señor debía defender con todas sus fuerzas al vasallo. Si el
vasallo moría, el señor colocaba bajo su tutela a los hijos menores, protegía a
la viuda y procuraba casar a las hijas. De faltar a estos deberes cometía el
delito de felonía y podía perder la fidelidad de todos sus vasallos.
Todo el sistema educativo feudal estaba orientado para
hacer del noble un guerrero. Desde su infancia aprendía a montar a caballo,
manejar las armas y cazar. A los quince años de edad abandonaba la casa de sus
padres para completar su preparación militar como paje y escudero
de otro señor, al que atendía en sus menesteres personales y acompañaba en sus
combates. A los veinte años de edad, cuando el aprendizaje se consideraba
terminado, se le armaba o consagraba caballero y se le entregaban sus armas en
una ceremonia solemne en que participaba toda la nobleza señorial de la región.
La Iglesia trató de reprimir las costumbres violentas de
los señores, agregando a la educación esencialmente militar de los jóvenes
nobles, una preparación de orden espiritual que los indujera a respetar la
justicia, proteger al débil y sostener la religión.
Así se originó la Orden de la Caballería, una
institución de carácter religioso-militar muy seleccionada, a la que se
ingresaba por una ceremonia esencialmente religiosa. El ideal caballeresco fue
una de las fuerzas espirituales que más contribuyó a humanizar la época medieval.
Puso toda su fuerza y aliento en el servicio del bien, la protección de la
Iglesia, los débiles y oprimidos, la destrucción de los infieles, la injusticia
y el mal.