PERSONAJES:
BERNARDA, 60 años
MARÍA JOSEFA (madre de Bernarda) 80 años
ANGUSTIAS (hija de Bernarda) 39 años
MAGDALENA (hija de Bernarda) 30 años
AMELIA (hija de Bernarda) 27 años
MARTIRIO (hija de Bernarda) 24 años
ADELA (hija de Bernarda) 20 años
LA PONCIA (criada) 60 años
CRIADA 50 años
PRUDENCIA 50 años
MUJER 1ª
MUJER 2ª
MUJER 3ª
MUJER 4ª
MUCHACHA
MUJERES DE LUTO
El poeta advierte que
estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.
ACTO I
Habitación blanquísima del interior de la casa de
Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con
madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de
ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por
la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las
campanas.
(Sale la Criada.)
CRIADA: Ya tengo el doble de esas campanas metido
entre las sienes.
LA PONCIA: (Sale
comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido
curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se
desmayó la Magdalena.
CRIADA: Es la que se queda más sola.
LA PONCIA: Era la única que quería al padre. ¡Ay!
¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer.
CRIADA: ¡Si te viera Bernarda...!
LA PONCIA: ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que
todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he
abierto la orza de chorizos.
CRIADA: (Con
tristeza, ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
LA PONCIA: Entra y llévate también un puñado de
garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta!
VOZ (Dentro): ¡Bernarda!
LA PONCIA: La vieja. ¿Está bien cerrada?
CRIADA: Con dos vueltas de llave.
LA PONCIA: Pero debes poner también la tranca. Tiene unos
dedos como cinco ganzúas.
VOZ: ¡Bernarda!
LA PONCIA: (A
voces) ¡Ya viene! (A la Criada.)
Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los
pocos pelos que me quedan.
CRIADA: ¡Qué mujer!
LA PONCIA: Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de
sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le
cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese
vidriado!
CRIADA: Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.
LA PONCIA: Ella, la más aseada; ella, la más decente;
ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido.
(Cesan las campanas.)
CRIADA: ¿Han venido todos sus parientes?
LA PONCIA: Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron
a verlo muerto, y le hicieron la cruz.
CRIADA: ¿Hay bastantes sillas?
LA PONCIA: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que
murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos.
Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!
CRIADA: Contigo se portó bien.
LA PONCIA: Treinta años lavando sus sábanas; treinta años
comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mirando por la
rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una
con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los
ojos!
CRIADA: ¡Mujer!
LA PONCIA: Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo
dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis
hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me
hartaré.
CRIADA: Y ese día...
LA PONCIA: Ese día me encerraré con ella en un cuarto y
le estaré escupiendo un año entero. “Bernarda, por esto, por aquello, por lo
otro”, hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es
ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. La quedan cinco
mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la hija
del primer marido y tiene dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas
camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.
CRIADA: ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
LA PONCIA: Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en
la tierra de la verdad.
CRIADA: Esa es la única tierra que nos dejan a las que
no tenemos nada.
LA PONCIA: (En la
alacena) Este cristal tiene unas motas.
CRIADA: Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan.
(Suenan las campanas.)
LA PONCIA: El último responso. Me voy a oírlo. A mí me
gusta mucho cómo canta el párroco. En el “Pater noster” subió, subió, subió la
voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al
final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán,
Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las
paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia.
(Imitándolo.) ¡Ameeeén! (Se echa a toser.)
CRIADA: Te vas a hacer el gaznate polvo.
LA PONCIA: ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo.)
(La Criada limpia. Suenan las campanas.)
CRIADA: (Llevando
el canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!
MENDIGA: (Con una
niña) ¡Alabado sea Dios!
CRIADA: Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años!
Tin, tin, tan.
MENDIGA: (Fuerte
con cierta irritación) ¡Alabado sea Dios!
CRIADA: (Irritada)
¡Por siempre!
MENDIGA: Vengo por las sobras.
(Cesan las campanas.)
CRIADA: Por la puerta se va a la calle. Las sobras de
hoy son para mí.
MENDIGA: Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo
estamos solas!
CRIADA: También están solos los perros y viven.
MENDIGA: Siempre me las dan.
CRIADA: Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais?
Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se
van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de
acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un
plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas.) Sí, sí,
¡vengan clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para
llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María
Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya
no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a
entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran
lentamente hasta llenar la escena.) (Rompiendo a gritar.) ¡Ay Antonio María
Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo
fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello.) ¿Y he de vivir yo después de verte
marchar? ¿Y he de vivir?
(Terminan de entrar las doscientas mujeres y
aparece Bernarda y sus cinco hijas.)
BERNARDA: (A la
Criada) ¡Silencio!
CRIADA: (Llorando)
¡Bernarda!
BERNARDA: Menos gritos y más obras. Debías haber
procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es
este tu lugar. (La Criada se va
sollozando.) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran
hechos de otras sustancias.
MUJER 1ª.: Los pobres sienten también sus penas.
BERNARDA: Pero las olvidan delante de un plato de
garbanzos.
MUCHACHA: (Con
timidez) Comer es necesario para vivir.
BERNARDA: A tu edad no se habla delante de las personas
mayores.
MUJER 1ª.: Niña, cállate.
BERNARDA: No he dejado que nadie me dé lecciones.
Sentarse. (Se sientan. Pausa. Fuerte.)
Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has
oído?
MUJER 2ª.: (A
Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era?
BERNARDA: Ayer.
MUJER 3ª.: Cae el sol como plomo.
MUJER 1ª.: Hace años no he conocido calor igual.
(Pausa. Se abanican todas.)
BERNARDA: ¿Está hecha la limonada?
LA PONCIA: Sí, Bernarda. (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.)
BERNARDA: Dale a los hombres.
LA PONCIA: Ya están tomando en el patio.
BERNARDA: Que salgan por donde han entrado. No quiero
que pasen por aquí.
MUCHACHA: (A
Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.
ANGUSTIAS: Allí estaba.
BERNARDA: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A
Pepe no lo ha visto ni ella ni yo.
MUCHACHA: Me pareció...
BERNARDA: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy
cerca de tu tía. A ese lo vimos todas.
MUJER 2ª.: (Aparte
y en baja voz) ¡Mala, más que mala!
MUJER 3ª.: (Aparte
y en baja voz) ¡Lengua de cuchillo!
BERNARDA: Las mujeres en la iglesia no deben mirar más
hombre que al oficiante, y a ese porque tiene faldas. Volver la cabeza es
buscar el calor de la pana.
MUJER 1ª.: (En voz
baja) ¡Vieja lagarta recocida!
LA PONCIA: (Entre
dientes) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
BERNARDA: (Dando
un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado sea Dios!
TODAS: (Santiguándose)
Sea por siempre bendito y alabado.
BERNARDA: ¡Descansa en paz con la santa compaña de
cabecera!
TODAS: ¡Descansa en paz!
BERNARDA: Con el ángel San Miguel y su espada justiciera.
TODAS: ¡Descansa en paz!
BERNARDA: Con la llave que todo lo abre y la mano que
todo lo cierra.
TODAS: ¡Descansa en paz!
BERNARDA: Con los bienaventurados y las lucecitas del
campo.
TODAS: ¡Descansa en paz!
BERNARDA: Con nuestra santa caridad y las almas de
tierra y mar.
TODAS: ¡Descansa en paz!
BERNARDA: Concede el reposo a tu siervo Antonio María
Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
TODAS: Amén.
BERNARDA: (Se pone
de pie y canta) “Réquiem aeternam dona eis, Domine”.
TODAS: (De pie
y cantando al modo gregoriano) “Et lux perpetua luceat eis”. (Se santiguan.)
MUJER 1ª.: Salud para rogar por su alma.
(Van desfilando.)
MUJER 3ª.: No te faltará la hogaza de pan caliente.
MUJER 2ª.: Ni el techo para tus hijas.
(Van desfilando todas por delante de Bernarda y
saliendo. Sale Angustias por otra puerta, la que da al patio.)
MUJER 4ª.: El mismo trigo de tu casamiento lo sigas
disfrutando.
LA PONCIA: (Entrando
con una bolsa) De parte de los hombres esta bolsa de dineros para
responsos.
BERNARDA: Dales las gracias y échales una copa de
aguardiente.
MUCHACHA: (A
Magdalena) Magdalena...
BERNARDA: (A
Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea
con el bastón.) (Salen todas.) (A las que se han ido.) ¡Andar a vuestras
cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar
el arco de mi puerta.
LA PONCIA: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el
pueblo.
BERNARDA: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus
refajos y el veneno de sus lenguas.
AMELIA: ¡Madre, no hable usted así!
BERNARDA: Es así como se tiene que hablar en este maldito
pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de
que esté envenenada.
LA PONCIA: ¡Cómo han puesto la solería!
BERNARDA: Igual que si hubiera pasado por ella una
manada de cabras. (La Poncia limpia el
suelo.) Niña, dame un abanico.
AMELIA: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.)
BERNARDA: (Arrojando
el abanico al suelo) ¿Es este el abanico que se da a una viuda? Dame uno
negro y aprende a respetar el luto de tu padre.
MARTIRIO: Tome usted el mío.
BERNARDA: ¿Y tú?
MARTIRIO: Yo no tengo calor.
BERNARDA: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho
años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle.
Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en
casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el
ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas
y embozos. Magdalena puede bordarlas.
MAGDALENA: Lo mismo me da.
ADELA: (Agria)
Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
MAGDALENA: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me
voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y
días dentro de esta sala oscura.
BERNARDA: Eso tiene ser mujer
MAGDALENA: Malditas sean las mujeres.
BERNARDA: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir
con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el
varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.
(Sale Adela.)
VOZ: ¡Bernarda!, ¡déjame salir!
BERNARDA: (En voz
alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.)
CRIADA: Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar
de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble.
BERNARDA: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue
igual.
CRIADA: Tuve durante el duelo que taparle varias veces
la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de
fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú
le das.
MARTIRIO: ¡Tiene mala intención!
BERNARDA: (A la
Criada) Déjala que se desahogue en el patio.
CRIADA: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes
de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar.
(Las hijas ríen.)
BERNARDA: Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al
pozo.
CRIADA: No tengas miedo que se tire.
BERNARDA: No es por eso... Pero desde aquel sitio las
vecinas pueden verla desde su ventana.
(Sale la Criada.)
MARTIRIO: Nos vamos a cambiar la ropa.
BERNARDA: Sí, pero no el pañuelo de la cabeza. (Entra Adela.) ¿Y Angustias?
ADELA: (Con
retintín) La he visto asomada a la rendija del portón. Los hombres se
acababan de ir.
BERNARDA: ¿Y tú a qué fuiste también al portón?
ADELA: Me llegué a ver si habían puesto las gallinas.
BERNARDA: ¡Pero el duelo de los hombres habría salido
ya!
ADELA: (Con
intención) Todavía estaba un grupo parado por fuera.
BERNARDA: (Furiosa)
¡Angustias! ¡Angustias!
ANGUSTIAS: (Entrando)
¿Qué manda usted?
BERNARDA: ¿Qué mirabas y a quién?
ANGUSTIAS: A nadie.
BERNARDA: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con
el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A
quién mirabas? (Pausa.)
ANGUSTIAS: Yo...
BERNARDA: ¡Tú!
ANGUSTIAS: ¡A nadie!
BERNARDA: (Avanzando
con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona! (Le
da)
LA PONCIA: (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta.) (Angustias llora.)
BERNARDA: ¡Fuera de aquí todas! (Salen.)
LA PONCIA: Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que
hacía, que está francamente mal. ¡Ya me chocó a mí verla escabullirse hacia el
patio! Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que traían los
hombres, que, como siempre, no se puede oír.
BERNARDA: ¡A eso vienen a los duelos! (Con curiosidad.) ¿De qué hablaban?
LA PONCIA: Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su
marido a un pesebre y a ella se la llevaron a la grupa del caballo hasta lo
alto del olivar.
BERNARDA: ¿Y ella?
LA PONCIA: Ella, tan conforme. Dicen que iba con los
pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si tocara la guitarra. ¡Un horror!
BERNARDA: ¿Y qué pasó?
LA PONCIA: Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día.
Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza.
BERNARDA: Es la única mujer mala que tenemos en el
pueblo.
LA PONCIA: Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los
que fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son
capaces de eso.
BERNARDA: No, pero les gusta verlo y comentarlo, y se
chupan los dedos de que esto ocurra.
LA PONCIA: Contaban muchas cosas más.
BERNARDA: (Mirando
a un lado y a otro con cierto temor) ¿Cuáles?
LA PONCIA: Me da vergüenza referirlas.
BERNARDA: Y mi hija las oyó.
LA PONCIA: ¡Claro!
BERNARDA: Esa sale a sus tías; blancas y untosas que
ponían ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir
y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte
demasiado!
LA PONCIA: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer!
Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta.
BERNARDA: Treinta y nueve justos.
LA PONCIA: Figúrate. Y no ha tenido nunca novio...
BERNARDA: (Furiosa)
¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien.
LA PONCIA: No he querido ofenderte.
BERNARDA: No hay en cien leguas a la redonda quien se
pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres
que las entregue a cualquier gañán?
LA PONCIA: Debías haberte ido a otro pueblo.
BERNARDA: Eso, ¡a venderlas!
LA PONCIA: No, Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros
sitios ellas resultan las pobres!
BERNARDA: ¡Calla esa lengua atormentadora!
LA PONCIA: Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no
tenemos confianza?
BERNARDA: No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!
CRIADA: (Entrando)
Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones.
BERNARDA: Vamos. (A
la Criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A La Poncia.) Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del
muerto.
LA PONCIA: Algunas cosas las podríamos dar...
BERNARDA: Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le
hemos tapado la cara! (Sale lentamente
apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza y mira a sus criadas. Las
criadas salen después.)
(Entran Amelia y Martirio.)
AMELIA: ¿Has tomado la medicina?
MARTIRIO: ¡Para lo que me va a servir!
AMELIA: Pero la has tomado.
MARTIRIO: Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj.
AMELIA: Desde que vino el médico nuevo estás más
animada.
MARTIRIO: Yo me siento lo mismo.
AMELIA: ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo.
MARTIRIO: Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al
tranco de la calle. Antes era alegre; ahora ni polvos echa en la cara.
AMELIA: Ya no sabe una si es mejor tener novio o no.
MARTIRIO: Es lo mismo.
AMELIA: De todo tiene la culpa esta crítica que no nos
deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato.
MARTIRIO: Le tienen miedo a nuestra madre. Es la única
que conoce la historia de su padre y el origen de sus tierras. Siempre que
viene le tira puñaladas el asunto. Su padre mató en Cuba al marido de su primera
mujer para casarse con ella. Luego aquí la abandonó y se fue con otra que tenía
una hija y luego tuvo relaciones con esta muchacha, la madre de Adelaida, y se
casó con ella después de haber muerto loca la segunda mujer.
AMELIA: Y ese infame, ¿por qué no está en la cárcel?
MARTIRIO: Porque los hombres se tapan unos a otros las
cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar.
AMELIA: Pero Adelaida no tiene culpa de esto.
MARTIRIO: No, pero las cosas se repiten. Y veo que todo
es una terrible repetición. Y ella tiene el mismo sino de su madre y de su
abuela, mujeres las dos del que la engendró.
AMELIA: ¡Qué cosa más grande!
MARTIRIO: Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde
niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los
costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por temor
de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los
ha apartado definitivamente de mí.
AMELIA: ¡Eso no digas! Enrique Humanas estuvo detrás
de ti y le gustabas.
MARTIRIO: ¡Invenciones de la gente! Una vez estuve en
camisa detrás de la ventana hasta que fue de día, porque me avisó con la hija
de su gañán que iba a venir, y no vino. Fue todo cosa de lenguas. Luego se casó
con otra que tenía más que yo.
AMELIA: ¡Y fea como un demonio!
MARTIRIO: ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos
les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer.
AMELIA: ¡Ay!
(Entra Magdalena.)
MAGDALENA: ¿Qué hacéis?
MARTIRIO: Aquí.
AMELIA: ¿Y tú?
MAGDALENA: Vengo de correr las cámaras. Por andar un
poco. De ver los cuadros bordados en cañamazo de nuestra abuela, el perrito de
lanas y el negro luchando con el león, que tanto nos gustaba de niñas. Aquella
era una época más alegre. Una boda duraba diez días y no se usaban las malas
lenguas. Hoy hay más finura. Las novias se ponen velo blanco como en las poblaciones,
y se bebe vino de botella, pero nos pudrimos por el qué dirán.
MARTIRIO: ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría!
AMELIA: (A
Magdalena) Llevas desabrochados los cordones de un zapato.
MAGDALENA: ¡Qué más da!
AMELIA: ¡Te los vas a pisar y te vas a caer!
MAGDALENA: ¡Una menos!
MARTIRIO: ¿Y Adela?
MAGDALENA: ¡Ah! Se ha puesto el traje verde que se hizo
para estrenar el día de su cumpleaños, se ha ido al corral y ha comenzado a
voces: “¡Gallinas, gallinas, miradme!” ¡Me he tenido que reír!
AMELIA: ¡Si la hubiera visto madre!
MAGDALENA: ¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y
tiene ilusión. ¡Daría algo por verla feliz!
(Pausa. Angustias cruza la escena con unas
toallas en la mano.)
ANGUSTIAS: ¿Qué hora es?
MAGDALENA: Ya deben ser las doce.
ANGUSTIAS: ¿Tanto?
AMELIA: ¡Estarán al caer!
(Sale Angustias.)
MAGDALENA: (Con intención) ¿Sabéis ya la cosa...? (Señalando
a Angustias.)
AMELIA: No.
MAGDALENA: ¡Vamos!
MARTIRIO: ¡No sé a qué cosa te refieres...!
MAGDALENA: Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza
con cabeza como dos ovejitas, pero sin desahogaros con nadie. ¡Lo de Pepe el
Romano!
MARTIRIO: ¡Ah!
MAGDALENA: (Remedándola)
¡Ah! Ya se comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias.
Anoche estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario.
MARTIRIO: ¡Yo me alegro! Es buen hombre.
AMELIA: Yo también. Angustias tiene buenas
condiciones.
MAGDALENA: Ninguna de las dos os alegráis.
MARTIRIO: ¡Magdalena! ¡Mujer!
MAGDALENA: Si viniera por el tipo de Angustias, por
Angustias como mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. Aunque Angustias
es nuestra hermana aquí estamos en familia y reconocemos que está vieja,
enfermiza, y que siempre ha sido la que ha tenido menos méritos de todas nosotras,
porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será ahora que tiene
cuarenta!
MARTIRIO: No hables así. La suerte viene a quien menos
la aguarda.
AMELIA: ¡Después de todo dice la verdad! Angustias
tiene el dinero de su padre, es la única rica de la casa y por eso ahora, que nuestro
padre ha muerto y ya se harán particiones, vienen por ella.
MAGDALENA: Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el
mejor tipo de todos estos contornos. Lo natural sería que te pretendiera a ti,
Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años, pero no que venga a buscar lo
más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su padre habla con la nariz.
MARTIRIO: ¡Puede que a él le guste!
MAGDALENA: ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía!
MARTIRIO: ¡Dios nos valga!
(Entra Adela.)
MAGDALENA: ¿Te han visto ya las gallinas?
ADELA: ¿Y qué querías que hiciera?
AMELIA: ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo!
ADELA: Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba
ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la noria. No hubiera habido otro
igual.
MARTIRIO: ¡Es un vestido precioso!
ADELA: Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado
Magdalena.
MAGDALENA: ¿Y las gallinas qué te han dicho?
ADELA: Regalarme unas cuantas pulgas que me han
acribillado las piernas. (Ríen)
MARTIRIO: Lo que puedes hacer es teñirlo de negro.
MAGDALENA: Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a
Angustias para la boda con Pepe el Romano.
ADELA: (Con
emoción contenida) ¡Pero Pepe el Romano...!
AMELIA: ¿No lo has oído decir?
ADELA: No.
MAGDALENA: ¡Pues ya lo sabes!
ADELA: ¡Pero si no puede ser!
MAGDALENA: ¡El dinero lo puede todo!
ADELA: ¿Por eso ha salido detrás del duelo y estuvo
mirando por el portón? (Pausa.) Y ese
hombre es capaz de...
MAGDALENA: Es capaz de todo. (Pausa.)
MARTIRIO: ¿Qué piensas, Adela?
ADELA: Pienso que este luto me ha cogido en la peor
época de mi vida para pasarlo.
MAGDALENA: Ya te acostumbrarás.
ADELA: (Rompiendo
a llorar con ira) ¡No, no me acostumbraré! Yo no quiero estar encerrada. No
quiero que se me pongan las carnes como a vosotras. ¡No quiero perder mi
blancura en estas habitaciones! ¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré
a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!
(Entra la Criada.)
MAGDALENA: (Autoritaria)
¡Adela!
CRIADA: ¡La pobre! ¡Cuánto ha sentido a su padre! (Sale.)
MARTIRIO: ¡Calla!
AMELIA: Lo que sea de una será de todas.
(Adela se calma)
MAGDALENA: Ha estado a punto de oírte la criada.
CRIADA: (Apareciendo)
Pepe el Romano viene por lo alto de la calle.
(Amelia, Martirio y Magdalena corren presurosas.)
MAGDALENA: ¡Vamos a verlo!
(Salen rápidas.)
CRIADA: (A Adela)
¿Tú no vas?
ADELA: No me importa.
CRIADA: Como dará la vuelta a la esquina, desde la
ventana de tu cuarto se verá mejor. (Sale
la Criada.)
(Adela queda en escena dudando. Después de un
instante se va también rápida hacia su habitación. Salen Bernarda y La Poncia.)
BERNARDA: ¡Malditas particiones!
LA PONCIA: ¡Cuánto dinero le queda a Angustias!
BERNARDA: Sí.
LA PONCIA: Y a las otras, bastante menos.
BERNARDA: Ya me lo has dicho tres veces y no te he
querido replicar. Bastante menos, mucho menos. No me lo recuerdes más.
(Sale Angustias muy compuesta de cara.)
BERNARDA: ¡Angustias!
ANGUSTIAS: Madre.
BERNARDA: ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la
cara? ¿Has tenido valor de lavarte la cara el día de la misa de tu padre?
ANGUSTIAS: No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es
que ya no lo recuerda usted?
BERNARDA: ¡Más debes a este hombre, padre de tus hermanas,
que al tuyo! Gracias a este hombre tienes colmada tu fortuna.
ANGUSTIAS: ¡Eso lo teníamos que ver!
BERNARDA: ¡Aunque fuera por decencia! ¡Por respeto!
ANGUSTIAS: Madre, déjeme usted salir.
BERNARDA: ¿Salir? Después que te hayas quitado esos
polvos de la cara. ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le quita violentamente con su pañuelo los polvos.) ¡Ahora vete!
LA PONCIA: ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva!
BERNARDA: Aunque mi madre esté loca yo estoy con mis
cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago.
(Entran todas.)
MAGDALENA: ¿Qué pasa?
BERNARDA: No pasa nada.
MAGDALENA: (A
Angustias) Si es que discutís por las particiones, tú, que eres la más
rica, te puedes quedar con todo.
ANGUSTIAS: ¡Guárdate la lengua en la madriguera!
BERNARDA: (Golpeando
con el bastón en el suelo) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder
conmigo! ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío
y en lo vuestro!
(Se oyen unas voces y entra en escena María
Josefa, la madre de Bernarda, viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en
el pecho.)
MARÍA JOSEFA: Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo
que tengo quiero que sea para vosotras, ni mis anillos, ni mi traje negro de
moaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! ¡Bernarda, dame mi
gargantilla de perlas!
BERNARDA: (A la
Criada) ¿Por qué la habéis dejado entrar?
CRIADA: (Temblando)
¡Se me escapó!
MARÍA JOSEFA: Me escapé porque me quiero casar, porque
quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los
hombres huyen de las mujeres.
BERNARDA: ¡Calle usted, madre!
MARÍA JOSEFA: No, no callo. No quiero ver a estas mujeres
solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir
a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría!
BERNARDA: ¡Encerradla!
MARÍA JOSEFA: ¡Déjame salir, Bernarda!
(La Criada coge a María Josefa.)
BERNARDA: ¡Ayudarla vosotras!
(Todas arrastran a la vieja.)
MARÍA JOSEFA: ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme a
la orilla del mar, a la orilla del mar!
TELÓN RÁPIDO
ACTO II
Habitación blanca del
interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los
dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo.
Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.
ANGUSTIAS: Ya he cortado la tercera
sábana.
MARTIRIO: Le corresponde a Amelia.
MAGDALENA: Angustias, ¿pongo también
las iniciales de Pepe?
ANGUSTIAS: (Seca) No.
MAGDALENA: (A voces) Adela, ¿no vienes?
AMELIA: Estará echada en la cama.
LA PONCIA: Esa tiene algo. La
encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre
los pechos.
MARTIRIO: No tiene ni más ni menos
que lo que tenemos todas.
MAGDALENA: Todas, menos Angustias.
ANGUSTIAS: Yo me encuentro bien, y al
que le duela que reviente.
MAGDALENA: Desde luego hay que
reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza.
ANGUSTIAS: Afortunadamente pronto voy
a salir de este infierno.
MAGDALENA: ¡A lo mejor no sales!
MARTIRIO: ¡Dejar esa conversación!
ANGUSTIAS: Y, además, ¡más vale onza
en el arca que ojos negros en la cara!
MAGDALENA: Por un oído me entra y por
otro me sale.
AMELIA: (A La Poncia) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco
el fresco.
(La Poncia lo hace.)
MARTIRIO: Esta noche pasada no me
podía quedar dormida del calor.
AMELIA: ¡Yo tampoco!
MAGDALENA: Yo me levanté a
refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
LA PONCIA: Era la una de la madrugada
y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con
Pepe en la ventana.
MAGDALENA: (Con ironía) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
ANGUSTIAS: Magdalena, ¿a qué
preguntas, si lo viste?
AMELIA: Se iría a eso de la una y
media.
ANGUSTIAS: Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
AMELIA: Lo sentí toser y oí los
pasos de su jaca.
LA PONCIA: ¡Pero si yo lo sentí
marchar a eso de las cuatro!
ANGUSTIAS: ¡No sería él!
LA PONCIA: ¡Estoy segura!
AMELIA: A mí también me pareció...
MAGDALENA: ¡Qué cosa más rara! (Pausa.)
LA PONCIA: Oye, Angustias, ¿qué fue
lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
ANGUSTIAS: Nada. ¡Qué me iba a decir?
Cosas de conversación.
MARTIRIO: Verdaderamente es raro que
dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
ANGUSTIAS: Pues a mí no me chocó.
AMELIA: A mí me daría no sé qué.
ANGUSTIAS: No, porque cuando un
hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen,
que se le va a decir que sí.
MARTIRIO: Bueno, pero él te lo
tendría que decir.
ANGUSTIAS: ¡Claro!
AMELIA: (Curiosa) ¿Y cómo te lo dijo?
ANGUSTIAS: Pues, nada: “Ya sabes que
ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y esa eres tú, si me das
la conformidad.”
AMELIA: ¡A mí me da vergüenza de
estas cosas!
ANGUSTIAS: Y a mí, ¡pero hay que
pasarlas!
LA PONCIA: ¿Y habló más?
ANGUSTIAS: Sí, siempre habló él.
MARTIRIO: ¿Y tú?
ANGUSTIAS: Yo no hubiera podido. Casi
se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche
con un hombre.
MAGDALENA: Y un hombre tan guapo.
ANGUSTIAS: No tiene mal tipo.
LA PONCIA: Esas cosas pasan entre
personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La
primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
AMELIA: ¿Qué pasó?
LA PONCIA: Era muy oscuro. Lo vi acercarse
y, al llegar, me dijo: “Buenas noches.” “Buenas noches”, le dije yo, y nos
quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo.
Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y
dijo con voz muy baja: “¡Ven que te tiente!”
(Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)
AMELIA: ¡Ay! Creí que llegaba
nuestra madre.
MAGDALENA: ¡Buenas nos hubiera
puesto! (Siguen riendo.)
AMELIA: Chisst... ¡Que nos va a
oír!
LA PONCIA: Luego se portó bien. En
vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A
vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a
los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la
tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
AMELIA: Tú te conformaste.
LA PONCIA: ¡Yo pude con él!
MARTIRIO: ¿Es verdad que le pegaste
algunas veces?
LA PONCIA: Sí, y por poco lo dejo
tuerto.
MAGDALENA: ¡Así debían ser todas las
mujeres!
LA PONCIA: Yo tengo la escuela de tu
madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano
del almirez. (Ríen.)
MAGDALENA: Adela, niña, no te pierdas
esto.
AMELIA: Adela. (Pausa.)
MAGDALENA: ¡Voy a ver! (Entra.)
LA PONCIA: ¡Esa niña está mala!
MARTIRIO: Claro, ¡no duerme apenas!
LA PONCIA: Pues, ¿qué hace?
MARTIRIO: ¡Yo qué sé lo que hace!
LA PONCIA: Mejor lo sabrás tú que yo,
que duermes pared por medio.
ANGUSTIAS: La envidia la come.
AMELIA: No exageres.
ANGUSTIAS: Se lo noto en los ojos. Se
le está poniendo mirar de loca.
MARTIRIO: No habléis de locos. Aquí
es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale Magdalena con Adela.)
MAGDALENA: Pues, ¿no estabas dormida?
ADELA: Tengo mal cuerpo.
MARTIRIO: (Con intención) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
ADELA: Sí.
MARTIRIO: ¿Entonces?
ADELA: (Fuerte) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué
meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
MARTIRIO: ¡Solo es interés por ti!
ADELA: Interés o inquisición. ¿No
estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las
habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
CRIADA: (Entra) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.)
ADELA: ¡No me mires más! Si
quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te
compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase.
(Se va Martirio.)
LA PONCIA: ¡Adela, que es tu hermana,
y además la que más te quiere!
ADELA: Me sigue a todos lados. A
veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre:
“¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!” ¡Y
eso no! ¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!
LA PONCIA: (Con intención y en voz baja) De Pepe el Romano, ¿no es eso?
ADELA: (Sobrecogida) ¿Qué dices?
LA PONCIA: ¡Lo que digo, Adela!
ADELA: ¡Calla!
LA PONCIA: (Alto) ¿Crees que no me he fijado?
ADELA: ¡Baja la voz!
LA PONCIA: ¡Mata esos pensamientos!
ADELA: ¿Qué sabes tú?
LA PONCIA: Las viejas vemos a través
de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
ADELA: ¡Ciega debías estar!
LA PONCIA: Con la cabeza y las manos
llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé
lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la
ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
ADELA: ¡Eso no es verdad!
LA PONCIA: ¡No seas como los niños
chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. (Adela llora.) Además, ¿quién dice que
no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Esa no resiste
el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo
que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra:
se casará con la más joven, la más hermosa, y esa eres tú. Alimenta esa
esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
ADELA: ¡Calla!
LA PONCIA: ¡No callo!
ADELA: Métete en tus cosas,
¡oledora! ¡pérfida!
LA PONCIA: ¡Sombra tuya he de ser!
ADELA: En vez de limpiar la casa
y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de
hombres y mujeres para babosear en ellos.
LA PONCIA: ¡Velo! Para que las gentes
no escupan al pasar por esta puerta.
ADELA: ¡Qué cariño tan grande te
ha entrado de pronto por mi hermana!
LA PONCIA: No os tengo ley a ninguna,
pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
ADELA: Es inútil tu consejo. Ya
es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre
saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿Qué
puedes decir de mí? ¿Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no
duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus
manos.
LA PONCIA: No me desafíes. ¡Adela, no
me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las
campanas.
ADELA: Trae cuatro mil bengalas
amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo
que tiene que suceder.
LA PONCIA: ¡Tanto te gusta ese
hombre!
ADELA: ¡Tanto! Mirando sus ojos
me parece que bebo su sangre lentamente.
LA PONCIA: Yo no te puedo oír.
ADELA: ¡Pues me oirás! Te he
tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú!
(Entra Angustias.)
ANGUSTIAS: ¡Siempre discutiendo!
LA PONCIA: Claro, se empeña en que,
con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.
ANGUSTIAS: ¿Me compraste el bote de
esencia?
LA PONCIA: El más caro. Y los polvos.
En la mesa de tu cuarto los he puesto.
(Sale Angustias.)
ADELA: ¡Y chitón!
LA PONCIA: ¡Lo veremos!
(Entran Martirio, Amelia y Magdalena.)
MAGDALENA: (A Adela) ¿Has visto los encajes?
AMELIA: Los de Angustias para sus
sábanas de novia son preciosos.
ADELA: (A Martirio, que trae unos encajes) ¿Y estos?
MARTIRIO: Son para mí. Para una
camisa.
ADELA: (Con sarcasmo) ¡Se necesita buen humor!
MARTIRIO: (Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
LA PONCIA: Nadie la ve a una en
camisa.
MARTIRIO: (Con intención y mirando a Adela) ¡A veces! Pero me encanta la ropa
interior. Si fuera rica la tendría de Holanda. Es uno de los pocos gustos que
me quedan.
LA PONCIA: Estos encajes son
preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca
pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como
le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde.
MAGDALENA: Yo no pienso dar una
puntada.
AMELIA: Y mucho menos cuidar niños
ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro
monigotes.
LA PONCIA: Esas están mejor que
vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
MARTIRIO: Pues vete a servir con
ellas.
LA PONCIA: No. ¡Ya me ha tocado en
suerte este convento!
(Se oyen unos campanillos lejanos, como a través de varios muros.)
MAGDALENA: Son los hombres que
vuelven al trabajo.
LA PONCIA: Hace un minuto dieron las
tres.
MARTIRIO: ¡Con este sol!
ADELA: (Sentándose) ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos!
MAGDALENA: (Sentándose) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!
MARTIRIO: (Sentándose) ¡Así es!
AMELIA: (Sentándose) ¡Ay!
LA PONCIA: No hay alegría como la de
los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o
cincuenta buenos mozos.
MAGDALENA: ¿De dónde son este año?
LA PONCIA: De muy lejos. Vinieron de
los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras!
Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un acordeón,
y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos.
El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes, apretado como una gavilla
de trigo.
AMELIA: ¿Es eso cierto?
ADELA: ¡Pero es posible!
LA PONCIA: Hace años vino otra de estas
y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan
estas cosas.
ADELA: Se les perdona todo.
AMELIA: Nacer mujer es el mayor
castigo.
MAGDALENA: Y ni nuestros ojos
siquiera nos pertenecen.
(Se oye un canto lejano que se va acercando.)
LA PONCIA: Son ellos. Traen unos
cantos preciosos.
AMELIA: Ahora salen a segar.
CORO:
Ya salen los
segadores
en busca de las
espigas;
se llevan los
corazones
de las muchachas que
miran.
(Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio
traspasado por el sol.)
AMELIA: ¡Y no les importa el
calor!
MARTIRIO: Siegan entre llamaradas.
ADELA: Me gustaría segar para ir
y venir. Así se olvida lo que nos muerde.
MARTIRIO: ¿Qué tienes tú que
olvidar?
ADELA: Cada una sabe sus cosas.
MARTIRIO: (Profunda) ¡Cada una!
LA PONCIA: ¡Callar! ¡Callar!
CORO: (Muy lejano)
Abrir puertas y
ventanas
las que vivís en el
pueblo;
el segador pide
rosas
para adornar su
sombrero.
LA PONCIA: ¡Qué canto!
MARTIRIO: (Con nostalgia)
Abrir puertas y
ventanas
las que vivís en el
pueblo...
ADELA: (Con pasión)
... el segador pide
rosas
para adornar su
sombrero.
(Se va alejando el cantar.)
LA PONCIA: Ahora dan la vuelta a la
esquina.
ADELA: Vamos a verlos por la
ventana de mi cuarto.
LA PONCIA: Tened cuidado con no
entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira.
(Se van las tres. Martirio queda sentada en la silla baja con la cabeza
entre las manos.)
AMELIA: (Acercándose) ¿Qué te pasa?
MARTIRIO: Me sienta mal el calor.
AMELIA: ¿No es más que eso?
MARTIRIO: Estoy deseando que llegue
noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano
interminable.
AMELIA: Ya pasará y volverá otra
vez.
MARTIRIO: ¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste anoche?
AMELIA: No sé. Yo duermo como un
tronco. ¿Por qué?
MARTIRIO: Por nada, pero me pareció
oír gente en el corral.
AMELIA: ¿Sí?
MARTIRIO: Muy tarde.
AMELIA: ¿Y no tuviste miedo?
MARTIRIO: No. Ya lo he oído otras
noches.
AMELIA: Debíamos tener cuidado.
¿No serían los gañanes?
MARTIRIO: Los gañanes llegan a las
seis.
Amelia: Quizá una mulilla
sin desbravar.
MARTIRIO: (Entre dientes y llena de segunda intención) ¡Eso, eso!, una
mulilla sin desbravar.
AMELIA: ¡Hay que prevenir!
MARTIRIO: ¡No, no! No digas nada.
Puede ser un barrunto mío.
AMELIA: Quizá. (Pausa. Amelia inicia el mutis.)
MARTIRIO: Amelia.
AMELIA: (En la puerta) ¿Qué? (Pausa.)
MARTIRIO: Nada. (Pausa.)
AMELIA: ¿Por qué me llamaste? (Pausa.)
MARTIRIO: Se me escapó. Fue sin
darme cuenta. (Pausa.)
AMELIA: Acuéstate un poco.
ANGUSTIAS: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran
contraste con los silencios anteriores) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién
de vosotras lo tiene?
MARTIRIO: Ninguna.
AMELIA: Ni que Pepe fuera un San
Bartolomé de plata.
ANGUSTIAS: ¿Dónde está el retrato?
(Entran La Poncia, Magdalena y Adela.)
ADELA: ¿Qué retrato?
ANGUSTIAS: Una de vosotras me lo ha
escondido.
MAGDALENA: ¿Tienes la desvergüenza de
decir esto?
ANGUSTIAS: Estaba en mi cuarto y no
está.
MARTIRIO: ¿Y no se habrá escapado a
medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna.
ANGUSTIAS: ¡No me gastes bromas!
Cuando venga se lo contaré.
LA PONCIA: ¡Eso, no! ¡Porque
aparecerá! (Mirando a Adela.)
ANGUSTIAS: ¡Me gustaría saber cuál de
vosotras lo tiene!
ADELA: (Mirando a Martirio) ¡Alguna! ¡Todas, menos yo!
MARTIRIO: (Con intención) ¡Desde luego!
BERNARDA: (Entrando con su bastón) ¿Qué escándalo es este en mi casa y con el
silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques.
ANGUSTIAS: Me han quitado el retrato
de mi novio.
BERNARDA: (Fiera) ¿Quién? ¿Quién?
ANGUSTIAS: ¡Estas!
BERNARDA: ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A La Poncia.) Registra los
cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a
soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura?
ANGUSTIAS: Sí.
BERNARDA: ¿Lo has buscado bien?
ANGUSTIAS: Sí, madre.
(Todas están en medio de un embarazoso silencio.)
BERNARDA: Me hacéis al final de mi
vida beber el veneno más amargo que una madre
puede resistir. (A La Poncia.) ¿No lo encuentras?
LA PONCIA: (Saliendo) Aquí está.
BERNARDA: ¿Dónde lo has encontrado?
LA PONCIA: Estaba...
BERNARDA: Dilo sin temor.
LA PONCIA: (Extrañada) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
BERNARDA: (A Martirio) ¿Es verdad?
MARTIRIO: ¡Es verdad!
BERNARDA: (Avanzando y golpeándola con el bastón) ¡Mala puñalada te den,
mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
MARTIRIO: (Fiera) ¡No me pegue usted, madre!
BERNARDA: ¡Todo lo que quiera!
MARTIRIO: ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye?
¡Retírese usted!
LA PONCIA: No faltes a tu madre.
ANGUSTIAS: (Cogiendo a Bernarda) Déjela. ¡Por favor!
BERNARDA: Ni lágrimas te quedan en
esos ojos.
MARTIRIO: No voy a llorar para darle
gusto.
BERNARDA: ¿Por qué has cogido el
retrato?
MARTIRIO: ¿Es que yo no puedo gastar
una broma a mi hermana? ¿Para qué otra cosa lo iba a querer?
ADELA: (Saltando llena de celos) No ha sido broma, que tú no has gustado
nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir.
Dilo ya claramente.
MARTIRIO: ¡Calla y no me hagas
hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!
ADELA: ¡La mala lengua no tiene
fin para inventar!
BERNARDA: ¡Adela!
MAGDALENA: Estáis locas.
AMELIA: Y nos apedreáis con malos
pensamientos.
MARTIRIO: Otras hacen cosas más
malas.
ADELA: Hasta que se pongan en
cueros de una vez y se las lleve el río.
BERNARDA: ¡Perversa!
ANGUSTIAS: Yo no tengo la culpa de
que Pepe el Romano se haya fijado en mí.
ADELA: ¡Por tus dineros!
ANGUSTIAS: ¡Madre!
BERNARDA: ¡Silencio!
MARTIRIO: Por tus marjales y tus
arboledas.
MAGDALENA: ¡Eso es lo justo!
BERNARDA: ¡Silencio digo! Yo veía la
tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de
odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco
cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las
hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a
los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que
sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que esta es tu obligación!
LA PONCIA: ¿Puedo hablar?
BERNARDA: Habla. Siento que hayas
oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia.
LA PONCIA: Lo visto, visto está.
BERNARDA: Angustias tiene que
casarse en seguida.
LA PONCIA: Hay que retirarla de aquí.
BERNARDA: No a ella. ¡A él!
LA PONCIA: ¡Claro, a él hay que
alejarlo de aquí! Piensas bien.
BERNARDA: No pienso. Hay cosas que
no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno.
LA PONCIA: ¿Y tú crees que él querrá
marcharse?
BERNARDA: (Levantándose) ¿Qué imagina tu cabeza?
LA PONCIA: Él, claro, ¡se casará con
Angustias!
BERNARDA: Habla. Te conozco
demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla.
LA PONCIA: Nunca pensé que se llamara
asesinato al aviso.
BERNARDA: ¿Me tienes que prevenir
algo?
LA PONCIA: Yo no acuso, Bernarda. Yo
solo te digo: abre los ojos y verás.
BERNARDA: ¿Y verás qué?
LA PONCIA: Siempre has sido lista.
Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas
los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.
BERNARDA: ¿Te refieres a Martirio?
LA PONCIA: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá
escondido el retrato?
BERNARDA: (Queriendo ocultar a su hija) Después de todo ella dice que ha sido
una broma. ¿Qué otra cosa puede ser?
LA PONCIA: (Con sorna) ¿Tú lo crees así?
BERNARDA: (Enérgica) No lo creo. ¡Es así!
LA PONCIA: Basta. Se trata de lo
tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería?
BERNARDA: Ya empiezas a sacar la
punta del cuchillo.
LA PONCIA: (Siempre con crueldad) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande.
Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio
es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con
Enrique Humanas? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste
recado que no viniera?
BERNARDA: (Fuerte) ¡Y lo haría mil veces! ¡Mi sangre no se junta con la de
los Humanas mientras yo viva! Su padre fue gañán.
LA PONCIA: ¡Y así te va a ti con esos
humos!
BERNARDA: Los tengo porque puedo
tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.
LA PONCIA: (Con odio) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu
protección.
BERNARDA: (Crecida) ¡No lo parece!
LA PONCIA: (Con odio envuelto en suavidad) A Martirio se le olvidará esto.
BERNARDA: Y si no lo olvida peor
para ella. No creo que esta sea la “cosa muy grande” que aquí pasa. Aquí no
pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no
traspasaría las paredes.
LA PONCIA: ¡Eso no lo sé yo! En el
pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos.
BERNARDA: ¡Cómo gozarías de vernos a
mí y a mis hijas camino del lupanar!
LA PONCIA: ¡Nadie puede conocer su
fin!
BERNARDA: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de
mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta...
LA PONCIA: (Fiera) ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre!
BERNARDA: ¡No me persigas tú con tus
malos pensamientos! (Pausa.)
LA PONCIA: Mejor será que no me meta
en nada.
BERNARDA: Eso es lo que debías
hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a sueldo.
LA PONCIA: Pero no se puede. ¿A ti no
te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela?
BERNARDA: No me parece.
LA PONCIA: (Con intención) Adela. ¡Esa es la verdadera novia del Romano!
BERNARDA: Las cosas no son nunca a
gusto nuestro.
LA PONCIA: Pero les cuesta mucho
trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté
con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con
la suya!
BERNARDA: ¡Ya estamos otra vez!...
Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si
llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar.
LA PONCIA: ¡No llegará la sangre al
río!
BERNARDA: ¡Afortunadamente mis hijas
me respetan y jamás torcieron mi voluntad!
LA PONCIA: ¡Eso sí! Pero en cuanto
las dejes sueltas se te subirán al tejado.
BERNARDA: ¡Ya las bajaré tirándoles
cantos!
LA PONCIA: ¡Desde luego eres la más
valiente!
BERNARDA: ¡Siempre gasté sabrosa
pimienta!
LA PONCIA: ¡Pero lo que son las
cosas! A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él
también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media
de la madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía.
BERNARDA: ¡A las cuatro y media!
ANGUSTIAS: (Saliendo) ¡Mentira!
LA PONCIA: Eso me contaron.
BERNARDA: (A Angustias) ¡Habla!
ANGUSTIAS: Pepe lleva más de una
semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento.
MARTIRIO: (Saliendo) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro.
BERNARDA: Pero, ¿lo viste con tus
ojos?
MARTIRIO: No quise asomarme. ¿No
habláis ahora por la ventana del callejón?
ANGUSTIAS: Yo hablo por la ventana de
mi dormitorio.
(Aparece Adela en la puerta.)
MARTIRIO: Entonces...
BERNARDA: ¿Qué es lo que pasa aquí?
LA PONCIA: ¡Cuida de enterarte! Pero,
desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa.
BERNARDA: ¿Lo sabes seguro?
LA PONCIA: Seguro no se sabe nada en
esta vida.
Adela: Madre, no oiga usted
a quien nos quiere perder a todas.
BERNARDA: ¡Yo sabré enterarme! Si
las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi
pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan
los demás para perdernos.
MARTIRIO: A mí no me gusta mentir.
LA PONCIA: Y algo habrá.
BERNARDA: No habrá nada. Nací para
tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera.
ANGUSTIAS: Yo tengo derecho de
enterarme.
BERNARDA: Tú no tienes derecho más
que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se
vuelve a dar un paso que yo no sienta!
CRIADA: (Entrando) ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos
están en sus puertas!
BERNARDA: (A Poncia) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais? Siempre os supe
mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio!
(Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y
Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta
de salida.)
MARTIRIO: Agradece a la casualidad
que no desaté mi lengua.
ADELA: También hubiera hablado
yo.
MARTIRIO: ¿Y qué ibas a decir?
¡Querer no es hacer!
ADELA: Hace la que puede y la que
se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
MARTIRIO: No seguirás mucho tiempo.
ADELA: ¡Lo tendré todo!
MARTIRIO: Yo romperé tus abrazos.
ADELA: (Suplicante) ¡Martirio, déjame!
MARTIRIO: ¡De ninguna!
ADELA: ¡Él me quiere para su
casa!
MARTIRIO: ¡He visto cómo te
abrazaba!
ADELA: Yo no quería. He ido como
arrastrada por una maroma.
MARTIRIO: ¡Primero muerta!
(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)
LA PONCIA: (Entrando con Bernarda) ¡Bernarda!
BERNARDA: ¿Qué ocurre?
LA PONCIA: La hija de la Librada, la
soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
ADELA: ¿Un hijo?
LA PONCIA: Y para ocultar su
vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más
corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo
han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen
arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar
vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.
BERNARDA: Sí, que vengan todos con
varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
ADELA: ¡No, no, para matarla no!
MARTIRIO: Sí, y vamos a salir
también nosotras.
BERNARDA: Y que pague la que pisotea
su decencia.
(Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.)
ADELA: ¡Que la dejen escapar! ¡No
salgáis vosotras!
MARTIRIO: (Mirando a Adela) ¡Que pague lo que debe!
BERNARDA: (Bajo el arco) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón
ardiendo en el sitio de su pecado!
ADELA: (Cogiéndose el vientre) ¡No! ¡No!
BERNARDA: ¡Matadla! ¡Matadla!
TELÓN
ACTO III
Cuatro
paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda.
Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las puertas,
iluminadas por la luz de los interiores, dan un tenue fulgor a la escena. En el
centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y sus hijas. La
Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte.
(Al levantarse el telón hay un gran silencio,
interrumpido por el ruido de platos y cubiertos.)
PRUDENCIA: Ya me voy. Os he hecho una visita larga. (Se levanta.)
BERNARDA: Espérate, mujer. No nos vemos nunca.
PRUDENCIA: ¿Han dado el último toque para el rosario?
LA PONCIA: Todavía no.
(Prudencia se sienta.)
BERNARDA: ¿Y tu marido cómo sigue?
PRUDENCIA: Igual.
BERNARDA: Tampoco lo vemos.
PRUDENCIA: Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó
con sus hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone
una escalera y salta las tapias del corral.
BERNARDA: Es un verdadero hombre. ¿Y con tu hija...?
PRUDENCIA: No la ha perdonado.
BERNARDA: Hace bien.
PRUDENCIA: No sé qué te diga. Yo sufro por esto.
BERNARDA: Una hija que desobedece deja de ser hija para
convertirse en una enemiga.
PRUDENCIA: Yo dejo que el agua corra. No me queda más
consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me estoy quedando sin vista
tendré que dejar de venir para que no jueguen con una los chiquillos. (Se oye un gran golpe, como dado en los
muros.) ¿Qué es eso?
BERNARDA: El caballo garañón, que está encerrado y da
coces contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo
y que salga al corral! (En voz baja.)
Debe tener calor.
PRUDENCIA: ¿Vais a echarle las potras nuevas?
BERNARDA: Al amanecer.
PRUDENCIA: Has sabido acrecentar tu ganado.
BERNARDA: A fuerza de dinero y sinsabores.
LA PONCIA: (Interviniendo)
¡Pero tiene la mejor manada de estos contornos! Es una lástima que esté bajo de
precio.
BERNARDA: ¿Quieres un poco de queso y miel?
PRUDENCIA: Estoy desganada.
(Se oye otra vez el golpe.)
LA PONCIA: ¡Por Dios!
PRUDENCIA: ¡Me ha retemblado dentro del pecho!
BERNARDA: (Levantándose
furiosa) ¿Hay que decir las cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en
los montones de paja! (Pausa, y como
hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra, pero
dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y se sienta otra vez.) ¡Ay, qué vida!
PRUDENCIA: Bregando como un hombre.
BERNARDA: Así es. (Adela
se levanta de la mesa.) ¿Dónde vas?
ADELA: A beber agua.
BERNARDA: (En alta
voz) Trae un jarro de agua fresca. (A
Adela.) Puedes sentarte. (Adela se
sienta.)
PRUDENCIA: Y Angustias, ¿cuándo se casa?
BERNARDA: Vienen a pedirla dentro de tres días.
PRUDENCIA: ¡Estarás contenta!
ANGUSTIAS: ¡Claro!
AMELIA: (A
Magdalena) ¡Ya has derramado la sal!
MAGDALENA: Peor suerte que tienes no vas a tener.
AMELIA: Siempre trae mala sombra.
BERNARDA: ¡Vamos!
PRUDENCIA: (A
Angustias) ¿Te ha regalado ya el anillo?
ANGUSTIAS: Mírelo usted. (Se lo alarga.)
PRUDENCIA: Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las
perlas significaban lágrimas.
ANGUSTIAS: Pero y a las cosas han cambiado.
ADELA: Yo creo que no. Las cosas significan siempre
lo mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes.
PRUDENCIA: Es más propio.
BERNARDA: Con perlas o sin ellas las cosas son como una
se las propone.
MARTIRIO: O como Dios dispone.
PRUDENCIA: Los muebles me han dicho que son preciosos.
BERNARDA: Dieciséis mil reales he gastado.
LA PONCIA: (Interviniendo)
Lo mejor es el armario de luna.
PRUDENCIA: Nunca vi un mueble de estos.
BERNARDA: Nosotras tuvimos arca.
PRUDENCIA: Lo preciso es que todo sea para bien.
ADELA: Que nunca se sabe.
BERNARDA: No hay motivo para que no lo sea.
(Se oyen lejanísimas unas campanas.)
PRUDENCIA: El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a que me enseñes la ropa.
ANGUSTIAS: Cuando usted quiera.
PRUDENCIA: Buenas noches nos dé Dios.
BERNARDA: Adiós, Prudencia.
LAS CINCO A LA VEZ: Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale Prudencia.)
BERNARDA: Ya hemos comido. (Se levantan.)
ADELA: Voy a llegarme hasta el portón para estirar
las piernas y tomar un poco el fresco.
(Magdalena se sienta en una silla baja
retrepada contra la pared.)
AMELIA: Yo voy contigo.
MARTIRIO: Y yo.
ADELA: (Con
odio contenido) No me voy a perder.
AMELIA: La noche quiere compaña.
(Salen. Bernarda se sienta y Angustias está
arreglando la mesa.)
BERNARDA: Ya te he dicho que quiero que hables con tu
hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
ANGUSTIAS: Usted sabe que ella no me quiere.
BERNARDA: Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no
me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo
entiendes?
ANGUSTIAS: Sí.
BERNARDA: Pues ya está.
MAGDALENA: (Casi
dormida) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se duerme.)
ANGUSTIAS: Tarde me parece.
BERNARDA: ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
ANGUSTIAS: A las doce y media.
BERNARDA: ¿Qué cuenta Pepe?
ANGUSTIAS: Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre
como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué le pasa, me contesta: “Los
hombres tenemos nuestras preocupaciones.”
BERNARDA: No le debes preguntar. Y cuando te cases,
menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos.
ANGUSTIAS: Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas.
BERNARDA: No procures descubrirlas, no le preguntes y,
desde luego, que no te vea llorar jamás.
ANGUSTIAS: Debía estar contenta y no lo estoy.
BERNARDA: Eso es lo mismo.
ANGUSTIAS: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se
me borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las
que levantan los rebaños.
BERNARDA: Eso son cosas de debilidad.
ANGUSTIAS: ¡Ojalá!
BERNARDA: ¿Viene esta noche?
ANGUSTIAS: No. Fue con su madre a la capital.
BERNARDA: Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
ANGUSTIAS: Está dormida.
(Entran Adela, Martirio y Amelia.)
AMELIA: ¡Qué noche más oscura!
ADELA: No se ve a dos pasos de distancia.
MARTIRIO: Una buena noche para ladrones, para el que
necesite escondrijo.
ADELA: El caballo garañón estaba en el centro del
corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo lo oscuro.
AMELIA: Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
ADELA: Tiene el cielo unas estrellas como puños.
MARTIRIO: Esta se puso a mirarlas de modo que se iba a
tronchar el cuello.
ADELA: ¿Es que no te gustan a ti?
MARTIRIO: A mí las cosas de tejas arriba no me importan
nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante.
ADELA: Así te va a ti.
BERNARDA: A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
ANGUSTIAS: Buenas noches.
ADELA: ¿Ya te acuestas?
ANGUSTIAS: Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)
ADELA: Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o
luce un relámpago se dice:
Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita?
BERNARDA: Los antiguos sabían muchas cosas que hemos
olvidado.
AMELIA: Yo cierro los ojos para no verlas.
ADELA: Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre
lo que está quieto y quieto años enteros.
MARTIRIO: Pero estas cosas nada tienen que ver con
nosotros.
BERNARDA: Y es mejor no pensar en ellas.
ADELA: ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme
hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
BERNARDA: Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
AMELIA: Está en el primer sueño.
BERNARDA: ¡Magdalena!
MAGDALENA: (Disgustada)
¡Dejarme en paz!
BERNARDA: ¡A la cama!
MAGDALENA: (Levantándose
malhumorada) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va
refunfuñando.)
AMELIA: Buenas noches. (Se va.)
BERNARDA: Andar vosotras también.
MARTIRIO: ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de
Angustias?
BERNARDA: Fue de viaje.
MARTIRIO: (Mirando
a Adela) ¡Ah!
ADELA: Hasta mañana. (Sale.)
(Martirio bebe agua y sale lentamente mirando
hacia la puerta del corral. Sale La Poncia.)
LA PONCIA: ¿Estás todavía aquí?
BERNARDA: Disfrutando este silencio y sin lograr ver por
parte alguna “la cosa tan grande” que aquí pasa, según tú.
LA PONCIA: Bernarda, dejemos esa conversación.
BERNARDA: En esta casa no hay un sí ni un no. Mi
vigilancia lo puede todo.
LA PONCIA: No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus
hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar
por el interior de los pechos.
BERNARDA: Mis hijas tienen la respiración tranquila.
LA PONCIA: Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí,
con servir tu casa tengo bastante.
BERNARDA: Ahora te has vuelto callada.
LA PONCIA: Me estoy en mi sitio, y en paz.
BERNARDA: Lo que pasa es que no tienes nada que decir.
Si en esta casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas
del vecindario.
LA PONCIA: Yo tapo más de lo que te figuras.
BERNARDA: ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de
la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?
LA PONCIA: No dicen nada.
BERNARDA: Porque no pueden. Porque no hay carne donde
morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!
LA PONCIA: Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus
intenciones. Pero no estés segura.
BERNARDA: ¡Segurísima!
LA PONCIA: ¡A lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo
mejor, de pronto, un golpe de sangre te para el corazón!
BERNARDA: Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra
tus suposiciones.
LA PONCIA: Pues mejor para ti.
BERNARDA: ¡No faltaba más!
CRIADA: (Entrando)
Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
BERNARDA: (Levantándose)
Nada. Yo voy a descansar.
LA PONCIA: ¿A qué hora quiere que la llame?
BERNARDA: A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)
LA PONCIA: Cuando una no puede con el mar lo más fácil es
volver las espaldas para no verlo.
CRIADA: Es tan orgullosa que ella misma se pone una
venda en los ojos.
LA PONCIA: Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las
cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta
en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he dicho lo que
tenía que decir.
CRIADA: Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe
la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas.
LA PONCIA: No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es
verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y esta estaba loca por él,
pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre.
CRIADA: Hay quien cree que habló muchas noches con
Adela.
LA PONCIA: Es verdad. (En
voz baja.) Y otras cosas.
CRIADA: No sé lo que va a pasar aquí.
LA PONCIA: A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta
casa de guerra.
CRIADA: Bernarda está aligerando la boda y es posible
que nada pase.
LA PONCIA: Las cosas se han puesto ya demasiado maduras.
Adela está decidida a lo que sea, y las demás vigilan sin descanso.
CRIADA: ¿Y Martirio también?
LA PONCIA: Esa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que
el Romano no es para ella y hundiría el mundo si estuviera en su mano.
CRIADA: ¡Es que son malas!
LA PONCIA: Son mujeres sin hombre, nada más. En estas
cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisssssss! (Escucha.)
CRIADA: ¿Qué pasa?
LA PONCIA: (Se
levanta) Están ladrando los perros.
CRIADA: Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale Adela en enaguas blancas y corpiño.)
LA PONCIA: ¿No te habías acostado?
ADELA: Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.)
LA PONCIA: Yo te suponía dormida.
ADELA: Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no
descansáis?
CRIADA: Ahora.
(Sale Adela.)
LA PONCIA: Vámonos.
CRIADA: Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja
descansar en todo el día.
LA PONCIA: Llévate la luz.
CRIADA: Los perros están como locos.
LA PONCIA: No nos van a dejar dormir.
(Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale
María Josefa con una oveja en los brazos.)
MARÍA JOSEFA:
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda,
cara de leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee, meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén.
Ni tú ni yo queremos dormir.
La puerta sola se abrirá
y en la playa nos meteremos
en una choza de coral.
Bernarda,
cara de leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee, meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén
(Se va cantando. Entra Adela. Mira a un lado y
otro con sigilo, y desaparece por la puerta del corral. Sale Martirio por otra
puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena. También va en
enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de
ella María Josefa.)
MARTIRIO: Abuela, ¿dónde va usted?
MARÍA JOSEFA: ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú?
MARTIRIO: ¿Cómo está aquí?
MARÍA JOSEFA: Me escapé. ¿Tú quién eres?
MARTIRIO: Vaya a acostarse.
MARÍA JOSEFA: Tú eres Martirio, ya te veo. Martirio, cara de
martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido este.
MARTIRIO: ¿Dónde cogió esa oveja?
MARÍA JOSEFA: Ya sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una
oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada.
Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena.
MARTIRIO: No dé voces.
MARÍA JOSEFA: Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el
pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y crías. Este
niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño, y este otro, y todos con el pelo
de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos,
y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay
espuma? Aquí no hay más que mantos de luto.
MARTIRIO: Calle, calle.
MARÍA JOSEFA: Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba
chocolate y luego ella me lo traía a mí, y así siempre, siempre, siempre. Tú
tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que marcharme,
pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir del
campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas
acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados
en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a
devorar, porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas
sin lengua!
MARTIRIO: (Enérgica)
Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
MARÍA JOSEFA: Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
MARTIRIO: De seguro.
MARÍA JOSEFA: (Llorando)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha
salido María Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero
avanza dos pasos más.)
MARTIRIO: (En voz
baja) Adela. (Pausa. Avanza hasta la
misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece Adela. Viene un poco despeinada.)
ADELA: ¿Por qué me buscas?
MARTIRIO: ¡Deja a ese hombre!
ADELA: ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO: No es ese el sitio de una mujer honrada.
ADELA: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
MARTIRIO: (En voz
alta) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir así.
ADELA: Esto no es más que el comienzo. He tenido
fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte
debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me
pertenecía.
MARTIRIO: Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has
atravesado.
ADELA: Vino por el dinero, pero sus ojos los puso
siempre en mí.
MARTIRIO: Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará
con Angustias.
ADELA: Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO: Lo sé.
ADELA: Sabes, porque lo has visto, que me quiere a
mí.
MARTIRIO: (Desesperada)
Sí.
ADELA: (Acercándose)
Me quiere a mí, me quiere a mí.
MARTIRIO: Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me
lo digas más.
ADELA: Por eso procuras que no vaya con él. No te importa
que abrace a la que no quiere. A mí, tampoco. Ya puede estar cien años con
Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres
también, ¡lo quieres!
MARTIRIO: (Dramática)
¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el
pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
ADELA: (En un
arranque, y abrazándola) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
MARTIRIO: ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos.
Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana no te miro ya
más que como mujer. (La rechaza.)
ADELA: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que
ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la
orilla.
MARTIRIO: ¡No será!
ADELA: Ya no aguanto el horror de estos techos después
de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el
pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que
dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen
las que son queridas de algún hombre casado.
MARTIRIO: ¡Calla!
ADELA: Sí, sí. (En
voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no
me importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera,
cuando le venga en gana.
MARTIRIO: Eso no pasará mientras yo tenga una gota de
sangre en el cuerpo.
ADELA: No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado
soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.
MARTIRIO: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me
ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te
hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta,
pero Martirio se le pone delante.)
MARTIRIO: ¿Dónde vas?
ADELA: ¡Quítate de la puerta!
MARTIRIO: ¡Pasa si puedes!
ADELA: ¡Aparta! (Lucha.)
MARTIRIO: (A voces)
¡Madre, madre!
ADELA: ¡Déjame!
(Aparece Bernarda. Sale en enaguas con un
mantón negro.)
BERNARDA: Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no
poder tener un rayo entre los dedos!
MARTIRIO: (Señalando
a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA: ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
ADELA: (Haciéndole
frente) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago
yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie
más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
MAGDALENA: ¡Adela!
(Salen La Poncia y Angustias.)
ADELA: Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará
toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS: ¡Dios mío!
BERNARDA: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el fondo, que mira
aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás Martirio.)
ADELA: ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)
ANGUSTIAS: (Sujetándola)
De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra
casa!
MAGDALENA: ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca
más!
(Suena un disparo.)
BERNARDA: (Entrando)
Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO: (Entrando)
Se acabó Pepe el Romano.
ADELA: ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
LA PONCIA: ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO: ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca!
BERNARDA: No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA: ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO: ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre
sobre su cabeza.
LA PONCIA: Maldita.
MAGDALENA: ¡Endemoniada!
BERNARDA: Aunque es mejor así. (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
LA PONCIA: (En la
puerta) ¡Abre!
BERNARDA: Abre. No creas que los muros defienden de la
vergüenza.
CRIADA: (Entrando)
¡Se han levantado los vecinos!
BERNARDA: (En voz
baja, como un rugido) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo!
(La Poncia da un empujón y entra. Al
entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
LA PONCIA: (Se
lleva las manos al cuello) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada
se santigua. Bernarda da un grito y avanza.)
LA PONCIA: ¡No entres!
BERNARDA: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo
oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto
virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá
nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las
campanas.
MARTIRIO: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla
cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.)
¡A callar he dicho! (A otra hija.)
Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella,
la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio,
silencio he dicho! ¡Silencio!
TELÓN
FEDERICO GARCÍA LORCA
(1936)